Por qué la ciencia argentina se feminiza solo en los niveles más bajos

Como en pocos fenómenos, la situación de las mujeres en el sistema científico argentino admite la expresión del vaso de agua medio lleno o medio vacío: optimistas y pesimistas tienen razones para tener razón.

En efecto, el sistema científico argentino tiene cada vez más mujeres, pero siempre que prevalecen en cantidad es en los lugares de menos salario y poder. ¿Por qué? ¿Es posible salir de este escenario? ¿Esta asimetría es apenas un paso hacia la igualdad? ¿O lo que se ve es un retiro progresivo de los varones en las ciencias como sucedió en otros ámbitos, antes solo masculinos, como la medicina, que sufrió un proceso de feminización paralelo a la pauperización de los ingresos profesionales?

Más allá de preguntas y especulaciones, los datos: desde principios de siglo en la Argentina ha crecido de manera incesante la cantidad de mujeres argentinas en el campo científico, y en 2014 hubo 5715 (alrededor del 60%) becarias del Conicet contra 3792 becarios hombres. Porcentajes similares se ven en las becas posdoctorales.

Incluso la Unesco ha reconocido que, con el 52% de mujeres en el sistema científico (la llamada "carrera de investigador"), la Argentina es de los mejores países del mundo (y posiblemente el mejor) en este sentido. Las estimaciones globales sobre participación femenina no exceden nunca el tercio (32% en Europa; 20% en Estados Unidos) y se ubican entre el 25 y el 30%, con la excepción de toda la región latinoamericana, con un 46%. Otros indicadores mundiales son aún peores: menos de 3% de los Premios Nobel son para las mujeres.

Desde luego, las científicas por un lado reconocen lo que se ha avanzado en el país en los últimos años, pero tienen claro que existen problemas, y los cuentan. Por ejemplo, por el lado de la inquietante hipótesis que lanza Bibiana Vilá, doctora en biología e investigadora del Conicet: hay más mujeres en ciencia en Argentina porque el salario es poco atractivo para ciertas aspiraciones. Vilá -experta en camélidos sudamericanos- cree que es un fenómeno de feminización similar al de otras disciplinas en las que se dieron dos cosas a la vez: más mujeres y menos salario.

De hecho, que haya más mujeres en el Conicet no es ni siquiera un logro para Vilá. "Son dos variables, hombre o mujer, y puede ser que aumente una porque se retira la otra. Me preocupa, y me da miedo, que acaso el sistema de ciencia se esté llenando de mujeres porque no les interesa tanto ahora a los varones", señala, y cuenta que advierte cómo sus alumnos universitarios la consultan sobre su salario como investigadora para saber si ser científico es algo que en definitiva vale la pena o no en esos términos.

"Las mujeres estamos dispuestas a ganar menos si eso hace compatible el trabajo con la crianza de los chicos. Ganar menos pero volver a casa a las cinco de la tarde puede ser una buena ecuación. Y si el Conicet tuviera sueldos más apetitosos? Mirá: en todos lados, cuando el sueldo es alto está lleno de varones. Si vas a las escuelas de la Puna las vas a ver llenas de varones. ¿Por qué? Porque se gana más", dice Vilá, ex miembro de la Organization for Women in Science for the Developing World (OWSD).

Esa paridad inicial empieza a flaquear a medida que se sube de categoría en la carrera de investigador: en las últimas dos posiciones de un total de cinco de la escala, las de "investigador principal" e "investigador superior", se alcanza apenas una cuota del 25% de mujeres (ese número era aún más reducido al comienzo de la era kirchnerista: 16%). "A lo largo del tiempo quedan casi todas estancadas en investigador independiente; principales somos pocas y casi ninguna superior", agrega Vilá.

Pero la diferencia es incluso más brutal en el sector privado, que busca profesionales formados y suele pagar más (lógicamente en áreas más productivas económicamente en el corto plazo; algo que está vedado por ejemplo a los matemáticos y físicos teóricos). La socióloga María Magalí Turkenich, del Centro Redes, aporta que "en el sector público hay cierta equidad y un poco más de mujeres. Pero en el privado el 71% de los científicos son hombres. Donde hay más plata y poder, hay menos mujeres por regla general. La cantidad por sí sola no dice nada". Segregación por dinero, pero también por prestigio y posibilidad de ejercer influencia sobre los demás (los que otros llaman simplemente "poder").

Noemí Girbal, que es doctora en Historia y fue miembro del directorio del Conicet, concuerda con que los estímulos no son sólo monetarios: "No creo que el salario sea la variable más importante porque la diferencia entre un investigador asistente y uno superior es de unos 9000 pesos, pero sí puede ser por el poder y por el acceso a subsidios que se tiene al dirigir equipos o al formar a otros científicos", señala.

Para Turkenich, habría que indagar en los números en apariencia igualitarios (ese 52%, ese 60%) porque ocultan segregación vertical; no sólo por la presencia del famoso techo de cristal. "Si se compara la situación familiar de una mujer y de un hombre con idénticos prestigios académicos, digamos directores de grupo, se ven datos significativos: el hombre está casado y tiene cinco hijos en tanto la mujer es soltera". Por eso, dice que "sería interesante investigar en indicadores extraacadémicos para saber qué dejan de lado en términos de ocio y vida privada cuando acceden a lugares de prestigio y ámbitos de decisión".

En la base de la pirámide

"Es claro que la mayoría de las mujeres está en la base de la pirámide y que en los rangos superiores y en los lugares de más consagración tenemos problemas; hay mucho que mejorar", menciona la socióloga y doctora en historia Dora Barrancos. ¿Qué razones llevan a esta situación? Para Barrancos, una de las dos mujeres del directorio de ocho miembros del Conicet actual, la procreación y el hecho de ser gerentes (¿gerentas?) de la economía doméstica. "Al procrear hay trastornos severos en la cantidad de producción científica personal; además de que existen residuos de machismo. Como por ejemplo en el hecho de que si en una pareja los dos son científicos, en general es la mujer la que acompaña al hombre a especializarse al exterior", agregó.

La situación preocupa a tal punto que, por iniciativa de la misma Barrancos, el Conicet ha encargado a la socióloga Mirta Palomino un estudio cualitativo y cuantitativo -cuyos resultados estarán hacia fines de año- respecto de por qué se da esta situación específicamente en el organismo.

"Lo que me atrae de investigar qué pasa en el Conicet es que se supone que el único mérito para estar ahí y avanzar en la carrera es la producción, en cantidad y calidad. Pero vemos que en ciencia sucede lo mismo que en otras actividades feminizadas, como la docencia, la medicina y la enfermería: en las cúpulas casi no hay mujeres, como en todos los sindicatos". ¿Hipótesis? "Tiene que ver con una mezcla de machismo histórico reinante junto con el hecho de que la carrera de investigador tenga lugar entre los 30 y 45 años, la edad clave de la procreación", dice Palomino. Y agrega: "Así, lo que a un hombre le lleva tres años, como ascender de categoría en el Conicet, a una mujer le lleva cuatro o cinco".

También la Unesco está desarrollando una investigación para América Latina sobre las carreras diferenciadas y por qué se dan estos "problemas de trayectoria". "Tenemos un trabajo en proceso para ver por qué pasa esto y tratar de poner nuevos instrumentos de equidad en marcha", cuenta desde Montevideo Ernesto Fernández-Polcuch, donde es especialista regional de política científica y está a cargo de la oficina regional, en referencia a la creación de una especie de manual de buenas prácticas en este sentido. "Pasa en toda América Latina: hay más mujeres que estudian y muchos menos en los cargos de decisiones, o alto nivel. En el trayecto, las mujeres se van cayendo en el camino", agrega.

También para Valeria Edelsztein, doctora en Química, investigadora del Conicet y autora del libro Científicas. Cocinan, limpian y ganan el premio Nobel (y nadie se entera), está claro que hay una feminización en los cargos bajos, algo que también se da en la UBA, donde el último censo, de 2010, se desprende que el 65% de los 28.893 estudiantes son mujeres.

"Tiene que ver con la maternidad: en momentos claves no pueden seguir subiendo. A mí me costó porque estaba en el laboratorio de 7 a 22. Y cuando quedé embarazada de mi primer hijo los tiempos se acotaron. Uno trata de aumentar la eficiencia, pero es complicado mantenerse en el mismo nivel previo. Se agudiza el problema de todo científico, obligado a «publicar o perecer»; una se va quedando. Es una elección, a veces, pero a veces también es el sistema", indica.

En ese sentido, Palomino remarca como nueva tendencia positiva el uso de las TIC y la posibilidad del teletrabajo, pero con limitaciones. "Facilita en algunos casos: las sociólogas pueden estar en casa y acunar a sus bebés mientras investigan. Pero una bióloga molecular es muy probable que tenga que pasar buena parte del día en un laboratorio", dice.

Pero a la vez, Edelsztein -como todos los entrevistados para esta nota- reconoce los beneficios que dio en los últimos años el Conicet a las madres (prórrogas para las entregas de informes bianuales y para la edad máxima ingreso a carrera por cada niño) y que América Latina está mejor que el resto del mundo. "Yo también lo entiendo, nosotras elegimos tener hijos, es una elección, claro. Lo que pasa es que los hombres también son padres y no sufren ese retraso. Sucede que la madre es la madre; más allá de cuánta equidad haya en la pareja, la teta es de la madre".

Vilá agrega las desventajas de ser científica y mujer, sobre todo si la disciplina elegida obliga a salidas fuera del hogar (paleontología, arqueología, geología, astronomía, algunas ramas biológicas, entre muchas otras): "Para mí, en el trabajo de campo, la maternidad tuvo un costo altísimo. He perdido becarias por esas razones. Los varones además planifican sin pensar en cumpleaños o en fiestas escolares. Desde que soy madre tengo que planificar la menor cantidad de trabajo de campo posible y volver a tiempo. Salgo de casa y ya empieza a correr un cronómetro para mí. Siempre estoy apurada para volver uno o dos días antes. Ese es un muro infranqueable para muchas chicas. Hay personas capaces y brillantes que quedan en la nada; les cuesta la carrera. Esos años, de los 30 a los 35, son clave para ciencia pero también para la maternidad. Y son costos que se pagan en uno u otro sentido".

Por último, para Turkenich, lo que sucede es que los estereotipos de género persisten; por más que se hayan relajado, siguen articulando la lógica social: "Desde jardín de infantes hasta primaria hay que ver cómo se reproducen estos estereotipos. No se alienta a las mujeres a la ciencia. El niño construye y la nena juega a la mamá o a lo sumo a la doctora"..

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