Pilcomayo, un desastre ecológico ‘irreversible’. Bolivia, Argentina y …

El otrora caudaloso rio Pilcomayo ahora agoniza. Cada año se secan 5 km y la pesca se redujo un 92% en la última década. Desaparece el sabroso sábalo. 12.000 indígenas sufren y empiezan a talar los bosques del Chaco boliviano.

El río se convierte en un panteón de arena. Este paraíso caliente, aún es la casa de 650 especies y de aves que derrochan vida.

Pilcomayo, un desastre ecológico ‘irreversible’

EXPEDICIÓN. PERIODISTAS DE EL DEBER HICIERON UN RECORRIDO Y CONSTATARON QUE EL RÍO AGONIZA.

Impacto. Cada año se secan 5 km y la pesca se redujo un 92% en la última década. Desaparece el sabroso sábalo. Afectados. 12.000 indígenas sufren y empiezan a talar los bosques. Bolivia, Argentina y Brasil alistan una cumbre.

image Por donde antes nadaban los sábalos, en aguas del río, ahora existe ganado en la arena. (Foto).

Roberto Navia, EL DEBER

La mano del hombre y fenómenos naturales transforman parte del río en un desierto. Más de 12.000 indígenas de 120 comunidades y 40.000 habitantes de Villa Montes ya sufren el drama.

El río Pilcomayo tiene una gangrena que necesita ser extirpada para no perecer. Esa enfermedad, que hace que el agua se convierta en polvo en el extremo de la cuenca baja, fue la causa para que este recurso hídrico que es compartido por tres países, Bolivia, Argentina y Paraguay, retroceda en sus peores momentos cinco kilómetros por año y lastime mortalmente a la ancestral pesca del sábalo, que en poco más de una década cayó en un 92%.

Esta enfermedad, dicen los expertos, tiene sus orígenes naturales, pero la mano del hombre le viene apuñalando el corazón al río  hasta convertirlo, a 260 km de Villa Montes, en suelo paraguayo y argentino, en tierra partida, en ruta de ganado, en montañas de sedimento que se acumula paulatinamente desde su cuna, que se encuentra en Oruro, supera los 1.500 metros de distancia y a más de 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar.

Las redes vacías

En siete días de viaje por las venas del Pilcomayo, desde Esmeralda, el último rancho boliviano hasta llegar al bañado Quintana de Paraguay, solo se ha visto un sábalo de pocos centímetros. Antes eran abundantes en la zona.

En la ‘tierra’ de donde es oriunda la especie piscícola más cotizada de Bolivia, el sábalo es ahora un bien que no aparece, que se hace esperar por pescadores que meten sus redes al agua y que las sacan vacías, por más que las introduzcan diez, veinte o cuarenta veces.

En el viaje, organizado por la fundación Nativa y apoyados por cuatro miembros del SAR y amparados bajo el conocimiento científico de dos biólogos, se evidencia que  Villa Montes ya no es el lugar donde hace años se concentraba la fuerte actividad piscícola. Los pescadores weenhayek tienen las caras largas y afuera de sus casuchas de hule levantadas en la playa del Pilcomayo, hacen cocer pollo en brasas tímidas porque la carne de pescado es un lujito que aún no se pueden dar.

Por lo menos 40.000 personas en el Gran Chaco boliviano han sido golpeadas por la crisis del Pilcomayo, dice Iván Arnold, el director de Nativa, y coinciden con él Roberto Choque, cabeza en Tarija del pueblo guaraní y Martha Sánchez, una de las líderes de los weenhayek en Villa Montes. Ella lamenta que aguas abajo, los wichis, una tribu argentina, también esté padeciendo, en silencio, el desplome de la pesca. Más de 12.000 indígenas de 120 comunidades de los tres países, son afectados.

Las estadísticas de la Gobernación de Tarija revelan una caótica realidad respecto a la extracción del sábalo. En 2001 hubo una pesca de 946 toneladas y en 2011 apenas se llegó a las 72. Es decir, 92% menos en poco más de una década. Las cifras del año pasado aún no han salido, pero Martha Sánchez recuerda que la pesca ha sido prácticamente nula y su gente, los weenhayek han ganado unos quintos haciendo trabajos de artesanía. Ella tiene 80 años y dice que la última década ha sido la peor de su vida, porque los sábalos ya no arriban en tropa como en las épocas doradas.

Los biólogos Jorge Sarmiento y Marcela Zamora, comprobaron científicamente que los peces que se crían en el bañado La Estrella de Argentina, con una extensión de 250.000 hectáreas (cuatro veces más grande que la nueva mancha urbana de Santa Cruz), ya no cruzan hacia el Pilcomayo porque no encuentran camino debido al sedimento y porque el mismo bañado, al no recibir agua del río, se está secando. Además, se sabe que Argentina construyó una carretera por un sector de La Estrella, lo que impide que los animales salgan para reproducirse en aguas bolivianas.

Iván Arnold, un tarijeño al que comparan con  Indiana Jones por su apego a las aventuras en tierras lejanas, revela que según estudios que miden el ritmo de la cuenca, se sabe que el Pilcomayo retrocede en promedio cinco kilómetros por año. La prueba más fehaciente es que el bañado los Esteros de Patiño, en Paraguay, se secó y lo propio está pasando ahora con el bañado La Estrella de Argentina que también se alimentaba con aguas del Pilcomayo.

“Antes, el Pilcomayo, se conectaba directamente con el río Paraguay que está a 700 kilómetros de los bañados, pero ahora el Pilcomayo arrastra sedimento que termina tapándolo y, como no se le hace un dragado continuo, va perdiendo terreno”, ejemplifica Arnold, que  mantiene la esperanza de que entre los tres países busquen una pronta solución a la agonía de este afluente que es la casa del sábalo y la fuente de alimento primario de los que viven en sus riberas.

La crisis pesquera ya golpea a los bosques nativos del Chaco

La falta de ingreso de agua hacia Argentina está afectando seriamente a los pescadores wichi y toba de Formosa (Argentina), disminuyendo su capacidad de independencia alimentaria.  Esta situación crítica está dando oportunidad a los cortadores de madera para ofrecer trabajo de obraje, atentando contra la integridad de los bosques nativos de la región y provocando serios conflictos al interior de las organizaciones indígenas.

Así lo refleja la Fundacion Fungir en un informe que sirve de termómetro para evaluar la salud de este río que nace en Bolivia y que comparte aguas con Argentina y Paraguay.

El informe también pone en evidencia que en la zona de La Rinconada-El Solitario (Argentina) se comunicó que hay una importante acumulación de sedimentos (barro y vegetación) que fueron arrastrados hacia ese sector por las limpiezas y canalizaciones hechas en 2012 aguas arriba, en la zona de Patillo-La Esquina.

La falta de peces agudiza el interés de la caza por parte de los campesinos que solían pescar para fines alimenticios y no necesariamente comerciales. Al no haber pases, desenfundan sus armas de fuego y salen a cazar.

“En lo que va del año, yo ya tumbé más de 300 charatas (aves silvestres), dice un hombre paraguayo que vive en Pozo Hondo, un núcleo rural que se encuentra en Paraguay.

Otros tiempos

Antes todo era perfecto. El Pilcomayo, que nace en Oruro, bajaba por sus más de 2.000 km de recorrido y desembocaba sus aguas en el río Paraguay. En ese trajín, el ciclo de vida del sábalo no sufría contratiempos y las familias weenhayek los esperaban a la altura de Villa Montes para ‘cosecharlos’ con las manos, porque eran tantos los peces que incluso ‘volaban’ por el aire.

El Pilcomayo es uno de los ríos más importantes para el Gran Chaco Sudamericano que nace en la cordillera. Su nombre, de origen quechua, significa río de los pájaros y sus aguas fluyen hasta llegar a la gran planicie chaqueña en Argentina y Paraguay.

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Análisis  

La sobrepesca es otro grave problema

Jaime Sarmiento / Biólogo

Hay un problema múltiple en torno al Pilcomayo. El río siempre estuvo sometido a los ritmos hidrológicos. Si había buena inundación, dentro de tres años habrá buena pesca.  Pero los procesos naturales suelen ser afectados por la mano del hombre. Hay gente que habla de la contaminación en las minas, otra que analiza el manejo hidrológico en la parte baja de la cuenca, refiriéndose a la construcción del proyecto Pantalón. También está la irregularidad del mantenimiento de los bañados en Argentina, que eran las áreas de cría más importante hasta hace unos años. Por los taponamientos a causa del sedimento que no se limpia constantemente, ahora el agua no llega a los bañados.

Antes de los canales del proyecto Pantalón, había comunicación entre los bañados y el río. Por eso, los peces podían emigrar hacia Bolivia para reproducirse.

La sobrepesca es otro de los problemas difíciles de tratar. Se ha pescado demasiado. A eso se suma que el río desplaza sedimento y su curso va retrocediendo paulatinamente. Después de una llegada del río se acumulan montañas de barro impresionante.

Típicamente el sábalo era considerado una especie migratoria que se reproducía en Bolivia. La fecundación es externa, los peces se juntan en el medio del río, es una ceremonia la que se da, una hembra con dos machos, un macho con dos hembras. En cada desove pueden expulsar 100.000 huevos.  No se sabe cuántos nacen. En 20 horas se produce la eclosión de los huevos. Inmediatamente empiezan a bajar con la corriente a su favor.

En forma de larva bajan rumbo hacia los bañados, donde se crían y se convierten en adultos en aproximadamente tres años. Cuando están listos para reproducirse, si es que no tienen barreras, salen de los bañados hacia Bolivia.

El río se convierte en un panteón de arena

En una expedición inédita, por tierra y por agua hacia las entrañas de un río herido que es compartido por Bolivia, Paraguay y Argentina. Este recurso hídrico, que es la joya del Gran Chaco, de noche despierta sus misterios.

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Este, en algún momento fue un caudaloso río. Los vehículos doble tracción quedaron quietos ante la bravura del polvo.

El subteniente Humberto Quiñones sentencia que el número 13 es de mala suerte. Y en este mediodía opaco de lunes, somos 13 los que nos repartiremos en dos balsas, nuevas de paquete, inflables y a remo, que fueron fabricadas en China. Abajo, el río Pilcomayo con sus aguas diáfanas que todavía son bolivianas, porque pasan cerca de Esmeralda, el último terrón de la patria con asentamientos humanos, un rancherío casi muerto que vive de vender hoja de coca a los argentinos del frente.

La comisión está compuesta por los biólogos Jaime Sarmiento y Marcela Zamora, tres jóvenes voluntarios del SAR, mas su jefe Quiñones, dos periodistas, un reportero gráfico y funcionarios de la fundación Nativa, que organizó la expedición. Estamos listos para ir en busca del sábalo y navegar por las entrañas del río, para ver, en viva presencia, la riqueza de aves y de reptiles y una vegetación lozana, que contrasta con las arenas candentes del Chaco Boreal. También estamos dispuestos a ver morir al río, porque, a más de 200 km de aquí, ya en suelo paraguayo y argentino, el Pilcomayo está gangrenado y sus aguas se convierten en polvo. En vez de peces, tiene vacas y cerdos caminando por un largo cuerpo partido.

A esta hora del día, antes de poner el cuerpo en las balsas, desconocemos que la de hoy será una jornada en la que descubriremos los secretos encantos del Pilcomayo y de lo que habita en sus riberas. También, que cuando caiga la noche, algo raro ocurrirá y  nos enfriará los brazos que, con los remos cortan como un cuchillo las aguas de este río. Un afluente que, a pesar de sus problemas, calma la sed y alimenta a los indígenas weeknayek y wichis, así como a los campesinos y ganaderos que habitan en las tres fronteras.

A 5 km por hora

En un bote viajan seis tripulantes y en el que voy somos siete. Cada quien tiene la tarea de remar, de cortar el agua para que el aparato avance. Si lo hacemos de forma armónica y dedicación, podremos avanzar a cinco kilómetros por hora. Así, estaremos llegando a las 18.00  a Pozo Hondo, que está supuestamente a 35 km corriente abajo, en territorio paraguayo, al frente de Misión La Paz (en tierra argentina) que, comparada con Pozo Hondo, es una pequeña urbe moderna. Tiene energía eléctrica y sus habitantes pueden matar el calor con Coca Cola y con cerveza que sacan de las heladeras que al otro lado de la vereda son un invento lejano.

El único peligro latente son los montículos de palos y de ramas que el río arrastra a lo largo de su travesía  que nace en Oruro. Chocar con esos escombros que están en la panza del Pilcomayo y a sus costados, puede ser fatal para un bote inflable y a remo, dice el subteniente Quiñones, que está metido en un buzo negro, parecido a los que usan los  que surfean en aguas saladas.  

Ivan Arnold, el director de la fundación Nativa, va en el otro bote y dirige la expedición con un GPS. Jaime Sarmiento es un biólogo con barba de profeta,  y revela los nombres científicos de las aves que vuelan sobre un cielo nublado o que descansan en las ramas de los mistoles y de los quebrachos despeinados.

Los botes cabalgan sobre aguas tranquilas y a veces sobre corrientes que se esfuerzan por arrastrarlos hacia los barbechos. El sol ha salido por unas horas y a las 17:00 no hay evidencias de Pozo Hondo. En mayo, es sabido que en el Chaco anochece a partir de las 18:00 y, si en una hora no se llega a destino, habrá que encender las linternas sin dejar de remar. Lo más duro hasta ahora, fue escuchar los golpes de la arena y de piedras menudas en la superficie de la embarcación y saber que hemos encallado. Entonces, lo que queda es bajarse y empujar hasta llegar a aguas profundas. El contraste radica en que el río, así como tiene zonas anchas y hondas, de pronto solo llega a tener 10 centímetros de profundidad.

Botes al hombro

Por el miedo a que anochezca, una decisión conjunta obliga a acortar camino: ante una curva cerrada y larga, hay que bajarse del bote y cargarlo a lomo de mula por la arena, que sirve como puente para llegar al otro extremo del río.

Los muchachos del SAR soportan la carga de una manera radiante, pero para el resto, es como llevar una brasa caliente a espalda pelada. El aire, aprisionado en el interior del bote, pesa como una piedra. “Son solo 100 kilos”, dice Quiñones, que dentro de una hora, cuando sean las 20:00, buscará una puerta para que salgamos de un río en el que nos creeremos atrapados.

El cielo está sin nada de luna. El aire se mece como una hamaca mojada y las linternas buscan al frente y a los costados la presencia de escombros para no sucumbir en ellos. Muy cerca se escucha el cuac cuac de los patos silvestres. El bote en el que voy viaja lento, el piso pierde aire y por eso el esfuerzo de los brazos no da sus frutos. El otro, en el que va Ivan y sus cinco acompañantes, disminuye velocidad hasta que le demos alcance. Cuando ambos botes estén juntos, en un codo amplio del río, todos nos sentiremos perdidos, estaremos navegando al revés (corriente arriba) y el GPS de Iván gritará que nos estamos alejando de Pozo Hondo, que de 2.5 km de distancia, nos hemos disparado a cuatro y después, el aparato se apagará como una luciérnaga muerta. Cuando volvamos a remar aguas abajo, quedará la sensación de que retrocedemos hacia Bolivia porque volverán a cantar los patos.

Aparecen ruidos de timbales. La música sale del monte oscuro y nos imaginamos que en un pueblo cercano nos esperan con una fiesta. Pero después se evapora esa gota de esperanza y más allá aparecerán en el aire alabanzas a Dios, como si provinieran de algún templo ambulante.

Un muchacho del SAR recuerda a las películas del Triángulo de las Bermudas y el fotógrafo Clovis de la Jaille bromea que todo eso es una travesura de Mandinga, ese espíritu oscuro de las selvas y las aguas.

Roberto Choque, el dirigente de los guaraníes, recuerda a sus abuelos cuando contaban que en la Guerra del Chaco (1932-1935), varios soldados de Paraguay y de Bolivia se perdieron ante el encantamiento del Pilcomayo.

“Ya estanos cerca de Pozo Hondo”, dice la bióloga Marcela Zamora, cuando llega hasta nosotros la voz de un locutor de radio que presenta canciones del ayer. La voz y la música también proviene de algún lugar oscuro.  Los ruidos desaparecen como un murmullo de enfermo.

Hasta que aparece el puente internacional que une Pozo Hondo con Misión La Paz y las lucecitas tímidas de la población argentina nos guían como un faro. El lado paraguayo está oscuro. Ya son las 21:00 y dos militares que toman mate nos dan la bienvenida y nos ofrecen un patio para armar las carpas y olvidar la sentencia del número 13, que hace horas pronunció el subteniente Quiñones.

Agua en polvo

Mañana, el viaje será por tierra y veremos cómo el río, a 150 km de Pozo Hondo, se convierte en un desierto, rodeado por barbechos y animales de corral. El Pilcomayo, dice Iván Arnold, no desemboca en el río Paraguay, porque su caudal se seca,  fruto de efectos naturales y por la intervención de la mano del hombre. Así fuimos testigos de la vida y de la muerte de este río que ya no parece la perla preciada del Chaco

La tierra del mundo al revés

La mujer paraguaya me hace dar cuenta que estoy en la tierra del mundo al revés. Aquí, muy cerca de su rancho nace un bañado que se formó durante años con el rebalse del Pilcomayo. Hasta antes de que el río penetre, ella dice que era tierra firme, con casas donde vivían familias y pastoreaba el ganado. Pero ahora, todo es agua y a la vez la cuna donde los alevines se convierten en sábalos que después de tres años intentarán abrirse camino para cruzar el río hacia Bolivia para copular a la altura del angosto de Villa Montes.

Anastacio Isidro Ruíz, de las 400 hectáreas que compró, 100  tiene bajo el agua.

Lo opuesto ocurre a 150 km de este lugar, donde empieza el proyecto Pantalón, ahí antes estaba el río, ahora solo existe tierra seca.

Hay que comer el polvo para llegar al ‘Pantalón’

Hay caminos por donde los vehículos todo terreno se rinden a la rudeza del Chaco. Las llantas trilladas patinan cuando el motorizado se empanza porque la superficie es un horizonte de talco menudo.

La expedición de ecologistas, biólogos y periodistas después de haber viajado en botes inflables, marcharon en dos vagonetas robustas desde Pozo Hondo hasta el proyecto Pantalón, que no es otra cosa que dos canales artificiales que se abren desde el río hacia Paraguay y Argentina y que dan paso a un Pilcomayo convertido en arena. El objetivo de ese proyecto, es desviar las aguas del Pilcomayo para que el ganado y la agricultura de ambos países se beneficien.

Más allá, desde el canal del lado paraguayo se divisa un paisaje casi lunar, con sus grietas y montañas de barro seco que el río arrastró durante años.

Lo que se ve en el horizonte es una especie de desierto con arbustos pequeños donde antes había agua dulce y peces viajando a Bolivia para reproducirse. 

Hacia ese desierto había que llegar y un habitante paraguayo que participó en la construcción del proyecto Pantalón, indica que hay un camino para vehículo que permite acortar distancia.

El camino es amigable, pero después se hace bronco y los miembros de la expedición se ven envueltos en una planicie donde el polvo cubre todos los frentes y los costados. Las dos vagonetas pelean como un rottweiler para salir de ese pantano seco en el que están atoradas. Dos hora de trabajo duro para sacar a los motorizados. Luego un viaje a pie para ver de cerca el canal argentino que está toponeado con el sedimento del río y todo el desierto por donde antes corría el agua donde vivían los sábalos. Algunos arbustos sirven de alimento para el ganado. Regresar por la trampa de polvo es volver a meterse en la boca del lobo. Un comerciante que busca comprar miel de abeja a los campesinos, recomienda otro camino, más largo, pero que permitirá llegar sin problemas hasta los bañados paraguayos donde los sábalos se hacen adultos.

Un bañado en Bolivia para salvar al sábalo

Proponen construirlo a 100 km de Villa Montes. En un terreno de entre 900 a 2.000 ha. Con una inversión de entre $us 5 y 10 millones

El Pilcomayo, al pertenecer a tres países y a varios municipios, no ha encontrado un plan estratégico para que curen sus heridas y luchen por su supervivencia. Lo que se hizo hasta ahora, fueron programas aislados, esfuerzos separados, pese a que existe una Comisión Trinacional de la que las cancillerías de las tres naciones forman parte.

Para solucionar parcialmente el problema, las gobernaciones regionales de Villa Montes y de Yacuiba han comprado cuatro excavadoras anfibias (que han costado $us 700.000, cada una) para abrir las zonas en las que el río está taponado en el territorio boliviano. 

image CASA PARA EL SÁBALO

EL RECUERDO. Eran otros años cuando los pescados no cabían en la espalda. La esperanza de mejores día permanece. (Foto).

Pero la solución definitiva no pasa por esa operación. La construcción de un bañado en tierra boliviana, para que ahí se críen los sábalos y luego crucen al Pilcomayo, es una propuesta que se maneja en los escritorios de varias instituciones.

Rubén Vaca Salazar, ejecutivo seccional de Desarrollo del Gobierno regional de Villa Montes, lo adelantó en 2012 que pondrá en consideración la construcción de un bañado de 900 hectáreas, de modo que la actividad piscícola no se detenga y la cultura weenhayek no sea más lastimada.

La fundación Nativa comparte la propuesta, aclarando que un bañado no es la solución entera al problema del Pilcomayo. A pesar de ello, dice que recomienda su construcción y que como institución ha estado trabajando con biólogos y geógrafos para definir el mejor lugar donde debe ser construido. “Lo ideal es que sea en la zona de La Victoria, cerca de Esmeralda, a 100 km de Villa Montes”, dice Ivan Arnold, el director de Nativa, que lanza otro dato. La propuesta suya es que el bañado tenga un tamaño de 2.000 hectáreas para que produzca 500 toneladas de sábalo cada año.

Para hacer realidad ese proyecto, Arnold cree que se necesita entre cinco y 10 millones de dólares.

El biólogo Jaime Sarmiento, miembro de la Colección Boliviana de Fauna, que pertenece al Museo Nacional de Historia Natural de La Paz, es cauto cuando se refiere a la construcción de un bañado en suelo boliviano.

“La solución no está solo en inundar o en construir un lago. No sabemos siquiera cómo  van a reaccionar los peces”, dice Sarmiento, que tiene más de 30 años de experiencia en la investigación de especies piscícolas. 

Según este biólogo, se necesitan muchos años para que el crecimiento natural del sábalo se dé en un nuevo curso de río, para que se restructure la fauna y la base alimenticia de los peces. Todo ese conjunto, que se llama proceso de restructuración ecológica en condiciones naturales, dice Sarmiento,  puede llevar entre 12 a 15 años, con el riesgo de un resultado incierto. 

Todas estas propuestas y esos temores podrán discutirse dentro de poco en una cita internacional de la que participará Bolivia.

Desde el 19 al 21 de septiembre  se llevará a cabo  el Segundo Encuentro Mundial del Chaco, donde participarán autoridades políticas de Bolivia, Argentina y Brasil y otras instituciones públicas y privadas ligadas al medio ambiente, como también los representantes de pueblos indígenas que viven en la zona de influencia de la cuenca del río Pilcomayo.

Lo que se debe hacer   

UNIR FUERZAS ENTRE TODOS

Formar un comité de gestión de la cuenca para empujar un solo objetivo y para que las obras que se realicen no impacten a otras poblaciones dentro o fuera del país.

LA ALIANZA CON EL TURISMO

Desarrollar planes y estrategias turísticas para trabajar con las comunidades locales, como alternativa que reduzca el impacto económico que se generará por la falta de peces.

APOYO INTERNACIONAL

Buscar un reconocimiento a la cuenca del Pilcomayo por parte de la Unesco como Reserva Trinacional de la Biósfera.

EL EFECTO DE LA UNESCO

Esto puede ayudar a que las gestiones no se hagan de manera aislada, sino que se maneje al área como un conjunto de manera coherente, pensando primero en las necesidades de la gente y de la región.

El paraíso caliente, casa de 650 especies

El chancho quimilero, el guanaco e incontables aves también reinan en los montes chaqueños. Muchos peligran

El Chaco no es solo la casa de los peces que viven en el Pilcomayo, es también el paraíso árido de 500 especies de aves y de por lo menos 150 mamíferos. Así lo dice la bióloga boliviana Marcela Zamora, que está sentada bajo la sombra de un quebracho en Pozo Hondo, una comunidad paraguaya que convive de cerca con la riqueza natural de esta zona del planeta, donde las temperaturas veraniegas superan los 40 grados centígrados. 

Ella conoce como la palma de su mano todas las esquinas del Chaco, una tierra compartida por Paraguay, Argentina y Bolivia. Por eso sabe que ahí vive el chancho ‘quemilero’, que fue resdescubierto en los años 70, después de que se lo creía extinto, como también el guanaco chaqueño, el ancestro salvaje de la llama que se encuentra en peligro de extinción. En varios pueblos del Chaco boliviano y paraguayo, ya están enterados de que la bióloga boliviana Erika Cuéllar fue premiada en Londres por su trabajo para conservar justamente a los guanacos del Gran Chaco.

Varios pobladores, como  Humberto Jaimes, que vive en Pozo Hondo, esperan que el mundo vuelque sus ojos para cuidar  el Gran Chaco sudamericano, una extensa llanura boscosa aún por descubrir y del que pocos saben que alberga a cientos de especies.

Mucho ojo   

Bajo la sombra

Los árboles palo santo y el quebracho, son vulnerables por el uso extensivo.

Árboles abajo

Un 30% del suelo está deforestado y el ritmo de avance es enorme. Hay mucha presión del avance de la frontera agrícola. Ya existe soya adaptada a ambientes más secos, como el Chaco.

Mirar de palco

Paraguay utiliza el Pilcomayo para la ganadería, Argentina, para el agro y Bolivia solo ve pasar el agua porque ya ni con el sábalo se beneficia.

El río también es la casa de aves que derrochan vida

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A VOLAR. Los cormoranes (cuervos) patos negros se columpian en las ramas y troncos que el río arrastra desde aguas arriba.

Las aves dan un aura primaveral al Pilcomayo, cuyas aguas, frías como están, anticipan que el invierno será crudo, una vez más.

Debajo del puente de Villa Montes (en la playa), Martha Sánchez, la weenhayek octogenaria, encuentra un consuelo en la tembladera. Los sábalos, con los que crió a sus ocho hijos, no están subiendo desde los bañados de Argentina, y ella les dice a sus nietos, que son 38, que ya arribará la comida, que los peces, como no tienen chompas, están metidos entre las piedras de las profundidades del agua, para no morir de frío.

Aguas abajo, desde la frontera de Bolivia hasta cruzar los límites de Paraguay y de Argentina, los patos silvestres y las garzas se desperezan estirando sus alas, remontando un cielo que a primeras horas de la tarde tienen algunas nubes con vientre amarillo. Y así, en esa danza de seres libres, hacen olvidar la triste noticia de que el Pilcomayo de tres países está enfermo.

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