Argentina ¿un nuevo comienzo?

Desde el momento en que Macri fue elegido, ha aparecido una línea que periodiza un antes y un después. El balotaje del 22-N ha sido “un hecho” que “ha hecho” historia.

Un nuevo comienzo lo impuso Macri al haber desalojado del gobierno, después de 12 años, a la ultima versión del peronismo: el kirchnerismo-cristinismo. Pero eso no significa que Macri ha derrotado al peronismo. Incluso podría llegar a suceder lo contrario. Macri podría convertirse en el agente doble que dará otra forma de vida al peronismo.

Para derrotar al peronismo en su conjunto Macri tendría que haber obtenido una votación aplastante. No fue ese el caso. La mayoría de tres por ciento obtenida por Macri es clara, pero no aplastante.

¿Podrá recomponerse el peronismo en la oposición? Pregunta a la cual sólo podemos responder con otras preguntas. ¿De qué peronismo estamos hablando? ¿El cristinista o el massista? ¿O una combinación ambigua de los dos? Mirado así, el verdadero nuevo comienzo podría aparecer no sólo en el gobierno sino, sobre todo, al interior del propio peronismo.

En Argentina están dadas las condiciones para un doble enfrentamiento: el del peronismo contra Macri y el de un peronismo en contra de otro peronismo. En el enfrentamiento inter-peronista late, pues la posibilidad de otro nuevo comienzo.

Todo depende de cómo se resuelva el conflicto. A riesgo de ser esquemático, se trata de la confrontación entre un “peronismo salvaje”, representado por Cristina y su séquito, y “un peronismo ciudadano” cuyo representación es, por ahora, el Frente Renovador de Sergio Massa. El gran derrotado del 22-N ha sido el primer peronismo. En ese punto están de acuerdo la mayoría de los analistas argentinos.

El cristinismo, o peronismo salvaje, no levanta un programa muy diferente al del massismo ni siquiera al del macrismo. Es por eso que lo que está en juego en la confrontación inter-peronista serán dos estilos de hacer la política. Por una parte, el estilo excluyente y caudillesco impuesto por Cristina. Por otra, un estilo que busca el diálogo con el adversario, los consensos, los pactos y los acuerdos, estilo que concuerda con el que intentó imponer Macri a su campaña.

Nunca hay que olvidar que los votos decisivos que llevaron al triunfo de Macri provienen del peronismo massista.

Por supuesto, al decir dos estilos nos referimos a las personas que los representan. Joaquín Morales Solá, comentarista de la Nación, dio en el clavo al advertir que detrás de la lucha entre dos estilos se encuentran seres reales, de carne y de hueso.

Se trataría, según Morales Solá, de un conflicto generacional. Por una parte, los que fueron formados de acuerdo a las cosmovisiones ideológicas de los setenta. Gente que entiende un triunfo electoral como un medio para tomar el poder y a esto último, como la unidad indisoluble del partido con el Estado representado en un líder simbólico. Gente que integra a quienes imaginan ser delegados históricos de los más pobres, aunque ellos mismos se den la gran vida. Gente que confunde al gobierno con el Estado y al Estado con un botín a ser repartido entre los “revolucionarios de verdad”. Gente que insulta y no habla, como Hebe de Bonafini. Gente que descalifica al adversario, como Fernández, Zannini y sobre todo, Cristina. Gente que confunde a la administración pública con la militancia política. Gente que cree que a la prensa de “derecha” hay que acallarla, quitarle el papel y echarle encima a los jueces. Gente como los de La Campora: mafiosa, piquetera, montonera. Gente que califica de ultraderecha a todos los que piensen de modo algo distinto a ellos.

Contra toda esa gente se ha levantado Argentina a través de una coalición no explícita pero si tácita entre el peronismo ciudadano renovado y los macristas de la primera hora. Ese encuentro ha sentado las bases para un nuevo comienzo.

No obstante, los periódicos, la televisión y las radios de Europa casi sin excepción, han repetido que en Argentina han triunfado los conservadores (otros dicen, la derecha liberal) en contra de la izquierda representada por el gobierno de la presidenta saliente. Pero si se dieran la molestia de analizar los programas y las promesas de las dos candidaturas, descubrirían que -aparte de algunos acentos en el tipo de cambio, en la privatización de empresas inutilizadas por el clientelismo estatal, en la reducción de unos que otros subsidios estatales- no hay grandes diferencias entre ambos candidatos.

El mismo Macri no se cansó de repetir durante toda su campaña que los principales programas sociales puestos en práctica por el gobierno serían respetados.

Revisando la prensa latinoamericana, el acento parece estar puesto allí en otro tema. No pocos anuncios concuerdan en que el gran cambio está determinado por la derrota del populismo argentino como fase inicial de la derrota del populismo latinoamericano. En cierto modo, una conclusión absurda.

Durante una campaña electoral toda candidatura, si busca opción, debe ser populista, vale decir, debe levantar un discurso dirigido al pueblo, entendiendo al pueblo como la suma y la síntesis de múltiples sectores sociales y culturales. Si así lo vemos, Macri habría derrotado a Scioli no porque Scioli fue populista sino porque Macri fue mejor populista que Scioli.

En breve, el pueblo de Scioli era un pueblo dividido por el propio discurso de Scioli. El pueblo de Macri es un pueblo transversalizado por un discurso integrativo. O en otras palabras: mientras Scioli siguiendo el designio de Cristina buscaba ocupar “un polo”, Macri buscaba ocupar “un centro”.

Para que se entienda mejor la idea debe ser dicho que el concepto de “centro” en la política no tiene nada que ver con la de un centro geométrico.

El centro político, a diferencias del geométrico, no está “en el medio”. El centro en la política es un espacio de confluencias ordenadas en líneas convergentes. La creación de una nueva centralidad política fue otra de las razones que llevan a pensar en que definitivamente estamos frente a un nuevo comienzo.

En el sentido otorgado por Hannah Arendt a la idea de un “nuevo comienzo”, vale decir, a algo nuevo que irrumpe e inicia una nueva fase en la historia de una nación, estamos frente a uno. Un “comienzo que recién comienza” cuyos efectos se harán sentir a lo largo y a lo ancho de todo un continente.

 

El autor es filósofo, profesor emérito de la Universidad de Oldenburg, Alemania,

Mires.fernando5@googlemail.com

polisfmires.blogspot.com

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