Mexicanización de Argentina y Latinoamérica

     

Aprovecho la frase del papa Francisco acerca de la “mexicanización” de Argentina para llamar la atención sobre la crisis de inseguridad que vive América Latina. A unos les entristece y a otros les molesta que el papa hiciera una referencia peyorativa a nuestro país. Hace menos de una década, sin embargo, un importante funcionario público mexicano me llamó indignado para decirme que era un irresponsable por haber mencionado en la radio que México avanzaba hacia una violencia parecida a la de Colombia.

Lo cierto es que no hay país en América Latina que esté a salvo de la irrupción de la violencia y criminalidad. Todos los países tienen un nivel medio o alto de homicidios: nueve países están por encima de 20 homicidios por cada 100 mil habitantes y los once restantes tienen una tasa entre 3 y 20 por cada 100 mil. Lo que más afecta a la región es el delito callejero, especialmente el robo que es cada vez más violento. En los últimos 25 años el robo en la región se ha triplicado y en todos los países hay mucho miedo. Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD 2013-2014) entre el 45 y el 65 por ciento de los latinoamericanos reportó no salir de noche por miedo en 2012. La nuestra es la región del mundo no en guerra con más violencia. El PNUD calcula que en la última década perdimos a un millón de personas por homicidios dolosos.

¿Qué causa la violencia en nuestra región? En el discurso oficial el narcotráfico es visto como la fuente de todos nuestros males. Sin embargo, la evidencia demuestra que la violencia es multidimensional y sus causales múltiples.

El grupo de investigadores que realizamos el informe del PNUD concluimos que la violencia en América Latina tiene su origen en variables de carácter institucional, socioeconómico, y en facilitadores como drogas, armas y alcohol. En cuanto a las capacidades institucionales del Estado, no contamos con policías eficientes y confiables; los jueces se encuentran rebasados; los ministerios públicos son débiles y nuestros sistemas carcelarios se encuentran sobrepoblados y en franca crisis. El país más afectado es El Salvador, que en 2012 llegó a una sobrepoblación de 300 por ciento, por lo que los reclusos tenían que amarrarse para dormir parados. En lo socioeconómico, América Latina experimentó un crecimiento importante en la última década, pero sin calidad ni movilidad social. A pesar de haber logrado una enorme reducción de la pobreza, seguimos siendo la región con mayor desigualdad. En este rubro urge investigar más. Las teorías clásicas de la criminología, las cuales argumentan que a mayor crecimiento menor violencia, no se corroboran en América Latina. Más aún, el crecimiento urbano fue acelerado y desordenado, lo cual contribuyó a exacerbar focos de violencia, como fue el caso de Ciudad Juárez o Pernambuco en el norte de Brasil.

Finalmente están los facilitadores del delito y la violencia: drogas, armas y alcohol. Las ganancias exorbitantes de la venta de drogas generan verdaderas guerras entre las organizaciones criminales y otorgan a éstas una fuerza corruptora devastadora. En el continente americano 66 por ciento de los homicidios se comete con arma de fuego, mientras que en Europa sólo 13 por ciento. Es decir, la facilidad de comprar un arma en cualquier rincón región facilita enormemente la violencia. Sobre el alcohol, la droga lícita, tenemos una nefasta negligencia y tolerancia. Las encuestas a reclusos muestran que es la droga utilizada con mayor frecuencia previo a cometer un delito. Y sabemos que el alcohol está asociado con violencia de género, familiar y accidentes de tránsito. Urge el diseño de políticas que permitan aliviar los efectos del alcohol en la violencia.

Un problema tan complejo no tiene una solución fácil ni única. Se requiere evitar la “mano dura”, pues hay evidencia que exacerba la violencia. Un aspecto fundamental para la seguridad de la región es fortalecer la capacidad de los Estados en procuración de justicia.

El señalamiento de Francisco sobre la violencia en México no debería ponernos a la defensiva. Por el contrario, hay que reconocer que la violencia es endémica no sólo en México sino en buena parte de nuestra región y pasar a la ofensiva. La nueva ola de reformas que le urgen a México está en la seguridad ciudadana. Sin seguridad ciudadana no hay avance, ni individual ni nacional. El presidente Peña puede aún reinventarse y convertirse en el campeón interno y regional de la seguridad.

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