Lecciones de Lula, gestos de la Justicia

El ex presidente de Brasil Luiz Inacio Da Silva –Lula para todo el mundo- es un hombre de izquierda surgido del movimiento obrero de su país. De visita en Argentina se reunió, ciertamente, con la señora de Kirchner pero desplegó un discurso público y una actividad que difícilmente hayan conformado al gobierno. Advirtió sobre los peligros de la inflación para el crecimiento y el desarrollo social de las naciones ("La inflación es una desgracia para cualquier país, y principalmente para los trabajadores"), subrayó la virtud de los recambios presidenciales ("La democracia es un ejercicio de alternancia de poder"), habló de la relación del poder con los medios (“Yo aprendí a no estar reclamando y decir que la prensa es culpable de todo”). En fin, se abrazó con todo el arco opositor, y en particular con un candidato peronista a suceder a la actual Presidente, el gobernador cordobés José Manuel De la Sota (Daniel Scioli, que tenía programada su presencia en la Conferencia de IDEA y un encuentro a solas con Lula, quedó varado en Buenos Aires: hay quien aventura que fue retenido adrede en la Casa Rosada, para evitar que se fotografiara con el brasilero).

El estilo del sistema político de Brasil –de izquierda a derecha- difiere del que impera en la Argentina. Los tribunales ya han juzgado y determinado la culpabilidad de eminentes ministros y cuadros políticos del gobierno de Lula, entre ellos el poderoso líder del PT José Dirceu, ex jefe de gabinete. La presidente Dilma Roussef, sucesora de Lula, ha apartado ya de su equipo a más de una decena de funcionarios sospechados de corrupción y no se le ocurriría mandar a un ministro de Justicia a invadir un organismo constitucionalmente independiente, como sucedió esta semana en Buenos Aires, cuando Julio Alak, el ministro de Justicia de la señora de Kirchner, dictó una conferencia de prensa de tono agresivo desde un espacio ajeno -el Consejo de la Magistratura- sin haber sido invitado a hacerlo.

¿Lejos de Brasil y cerca de Venezuela? En cierto sentido y especialmente en el discurso y las intenciones, aunque la Venezuela de Chávez es más coherente y su sistema de poder, más sólido. El chavismo gobierna con las Fuerzas Armadas. El Estado ha cumplido una tarea de promoción social y no está desarmado.

La Corte y las presiones

Empeñado en exhibir fuerza e iniciativa, el gobierno argentino actúa desordenadamente y ahora está empeñado en una guerra a todo o nada con el Grupo Clarín, sin reparar en medios ni en procedimientos. Como el tiempo se le agota y la realidad le indica graves dificultades para avanzar con sus consignas en el terreno de la opinión pública, procura movilizar fuerzas propias y despliega todo tipo de ofensivas en determinados puntos de la estructura de poder, en particular en la esfera de la Justicia. Se ha desvivido por colocar un magistrado incondicional en el juzgado que debe pronunciarse en primera instancia sobre la objeción de inconstitucionalidad que el Grupo Clarín formuló sobre artículos de la Ley de Medios audiovisuales. Además, presiona a la Corte Suprema para que le saque las castañas del fuego. La Casa Rosada quiere tener un fallo que le dé luz verde (o que, al menos, no le imponga luz roja) para desmantelar a principios de diciembre la estructura del Grupo que conduce Héctor Magnetto, empezando por el sistema de televisión por cable.

Pero el gobierno se encuentra en el Poder Judicial con reticencias que no esperaba.

Esta semana una convención de magistrados de todo el país reunida en Mendoza permitió medir la temperatura que prevalece en los tribunales. El renovado presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, le puso palabras a esa atmósfera cuando habló de “resistir las presiones”.

Los jueces están habituados a las presiones de los poderosos: a veces optan por someterse a ellas, otras por asimilarlas. A veces las resisten. Ocurre esto último en especial cuando el clima social sufre cambios y se lo adivina hostil al gobierno de turno. La llamada familia judicial no vive amurallada: participa y recibe influencia de las mismas ondas que agitan al conjunto de esa clase media que hoy se siente inquieta, agredida y ofendida por las políticas, las medidas, las conductas y los discursos del oficialismo.

Olorcito a fin de ciclo

El sistema judicial empieza a olfatear aires de fin de ciclo, a conjeturar que las consignas re-reeleccionistas, por enfáticas que resuenen (o precisamente por ese énfasis) quizás son la cobertura musical de un repliegue o el reflejo contradictorio de una impotencia difícil de digerir.

El procesamiento dictado por el juez Claudio Bonadío de dos ex secretarios de Transporte y de dos empresarios vinculados al poder es una señal de aquella percepción, como muchas frases de su dictamen, en las que describe “una trilogía siniestra de empresarios, funcionarios y sindicalistas” y una “cadena de la felicidad” destinada a enriquecer a algunos con fondos del Estado a través de “la detracción de dinero de los subsidios” a los ferrocarriles.

Hay quienes se quejan de que el magistrado sólo haya detectado responsabilidades hasta el nivel de secretarios de Estado. Se puede ver el vaso medio vacío o medio lleno; lo cierto es que por primera vez la Justicia pone el dedo en figuras importantes de la constelación K. El ex secretario de transporte, Ricardo Jaime, que fuera amigo y contacto estrecho de Néstor Kirchner, venía gambeteando investigaciones por causas importantes: en este caso le cayó encima el procesamiento.

Si en la Justicia se empieza a sospechar el fin de ciclo, pueden imaginarse las conjeturas que agitan el experimentado mundo de la dirigencia territorial peronista. Allí, aunque nadie se saque de encima la máscara de Fernando VII (es decir, el reclamo de que la señora de Kirchner vaya por un nuevo período).

ya se especula con las candidaturas alternativas y se relojea a los posibles sucesores. Gente realista, reconocen el poder actual pero también observan su desgaste. Y quieren apostar a ganador.

Entropía alta y creciente

En los mismos círculos que entornan la Casa Rosada se observa un recrudecimiento de las luchas internas: la ministra de Seguridad Nilda Garré tironea con el secretario de la misma cartera, el teniente coronel Sergio Berni; pero también puja con el ministro de Defensa, Arturo Puriccelli, un peronista santacruceño a quien el ala Garré (allí hay que contabilizar, por ejemplo, al Jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, y al periodista y asesor Horacio Verbitsky) atribuye pecados que consideran funcionales a los candidatos peronistas alternativos a Cristina Kirchner (llámense Daniel Scioli, José Manuel De la Sota o Sergio Massa). Esos pecados consistirían en cierta propensión a estrechar relaciones con el Pentágono y permitir una vigorización de las Fuerzas Armadas.

¿Vigorización? El presupuesto del año próximo reduce los recursos de las fuerzas hasta el punto de que los pilotos de Fuerza Aérea sólo podrán volar una cuarta parte de las horas que volaban dos años atrás y la Marina navegará la mitad del tiempo que este año.

La Armada –e indirectamente Puriccelli- terminó pagando el pato del embargo temporario de la Fragata Libertad en Ghana: el gobierno prefirió no afectar a ninguno de los altos funcionarios de los ministerios involucrados. El Canciller Héctor Timerman (que trata de estar lejos de Buenos Aires para no ser maltratado) zafó con la ayuda del sector Garré, que concentró el fuego sobre Defensa, con la esperanza de desplazar a Puriccelli.

La acción judicial de los titulares de bonos capturó una fragata. El gobierno la evacuará y la dejará en Africa. Cuando se consiga recuperarla tal vez tenga que limitar sus viajes a algunos países de la región: Argentina se encuentra aislada, tiene deudas y sus funcionarios han explicado sin rubor que falsea sus estadísticas para no hacer honor a sus compromisos; ha perdido prestigio y fuerza.

La entropía es alta y creciente.

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