Los argentinos produjeron el domingo 25 una revolución electoral. Daniel Scioli, el candidato de Cristina Fernández, no logró imponerse en primera vuelta. Él soñaba superar el 40% de los votos y aventajar por más de 10 puntos a Mauricio Macri, su principal rival. Pero apenas sacó un 36,83%. Macri, líder de la coalición Cambiemos, quedó a menos de dos puntos, con un 34,33%.
Ese fracaso alcanzó una marca histórica y determinante: el kirchnerismo perdió la provincia de Buenos Aires, su principal base territorial. Allí María Eugenia Vidal, de Cambiemos, derrotó a Aníbal Fernández, el desprestigiado jefe de gabinete de la Presidenta, acusado de tener vinculaciones con el narcotráfico. Mientras los mercados celebran la confección del nuevo planisferio, el país quedó sumido en la perplejidad. Macri, el alcalde de la ciudad de Buenos Aires, fantasea con revertir los resultados el 22 de noviembre. Quizás tenga más razones que Scioli para que las urnas le consagren Presidente.
El estado de estupor social es, en sí mismo, una excentricidad. Debería ser comprensible que un Gobierno que, con una economía estancada, elevó la inflación al 25%; llevó el déficit fiscal a 8 puntos del PBI; adulteró las estadísticas; intervino el mercado de cambios abriendo una brecha del 70% del dólar paralelo con el oficial; y enfrenta una fuga de reservas alarmante, no obtenga un triunfo contundente. Sobre todo si quien lo conduce, la señora de Kirchner, está envuelta en numerosos escándalos de prepotencia institucional y corrupción.
Sin embargo, no estaba en los planes de nadie que Vidal se convirtiera en gobernadora de Buenos Aires. Es el distrito que gobierna Scioli. Pero su triunfo fue la consecuencia de una ola de repudio a Fernández. En los templos de los barrios más humildes los curas convocaron a orar por su derrota. Casi un 10% de los votantes del oficialismo descartó al candidato a gobernador cortando la boleta. Ese caudal, jamás visto, es una señal de la resistencia de muchos argentinos al gobierno de las mafias. La corriente arrolló también a poderosos alcaldes del conurbano bonaerense, el anillo superpoblado que rodea a la Capital Federal.
A pesar del triunfo de Vidal, Macri no ganó la provincia de Buenos Aires. Pero se impuso en la ciudad de Buenos Aires, en Córdoba y en Santa Fe, los tres distritos que le siguen en magnitud. Macri mejoró las marcas que había alcanzado en las primarias del 9 de agosto. Lo curioso es que también Scioli obtuvo más votos que en las elecciones anteriores. Lo mismo que Sergio Massa, que salió tercero, con el 21,34% de los votos. Esta rareza se explica en que hubo 1,3 millones de votantes más que en agosto. El 80% de ese grupo se inclinó por Macri.
La perspectiva del balotaje pone a Scioli frente a desafíos peligrosos. Debe definir qué posición adoptará respecto de la presidenta y su Gobierno. Se presentó como abanderado del “proyecto nacional y popular” y caracterizó a Macri como la derecha que obedece a los mercados. Aun cuando el rostro económico de Macri sea Alfonso Prat-Gay, un socialdemócrata admirador de Keynes.
Scioli cree que la receta de Dilma Rousseff, que polarizó su competencia con Aécio Neves, repetirá en Argentina el milagro de un triunfo. Hay una diferencia: Dilma se identificaba con ella misma, ya que sería su propia sucesora. Scioli se identifica con la señora de Kirchner y eso puede levantar una ola de rechazo.
Corre otro riesgo: el kirchnerismo, en retirada, y amenazado con un oscuro horizonte judicial, puede ofrecer espectáculos muy poco edificantes en el próximo tramo de campaña. Los enfrentamientos de facción dentro de esa fuerza son muy crueles.
Otro límite: para la segunda vuelta, Scioli no tendrá el apoyo de la maquinaria territorial del peronismo. Gobernadores, alcaldes y legisladores ya definieron su suerte el domingo. Y en la estratégica provincia de Buenos Aires muchos de ellos fueron derrotados. En noviembre Scioli estará solo frente a Macri.
El futuro inmediato de Macri también está sembrado de acertijos. El principal: ¿será capaz de garantizar la gobernabilidad? Si triunfa, será con minoría en el Congreso. El mismo problema se le presenta a Vidal en Buenos Aires. La victoria de esta candidata fue tan imprevista que ni siquiera cuenta con recursos humanos suficientes para administrar.
Pero el enigma mayor que debe resolver Macri se refiere a su relación con Massa. Con 21% de los votos, este peronista disidente es una de las claves de la Argentina que se está configurando. ¿Lo invitará Macri a compartir una coalición? Massa tiene un solo objetivo: conquistar la jefatura del PJ (Partido Justicialista), que quedaría vacante si Scioli sale derrotado.