De nuevo Malvinas en la política interna británica

La noticia trascendió durante la semana que se fue y corrió por cuenta del ministro de Defensa de la potencia que extraña el colonialismo. En efecto, al comparecer ante la Cámara de los Comunes, Michael Fallon aseveró que su gobierno desembolsará 268 millones de dólares para modernizar la presencia militar en las islas argentinas y aportar nueva infraestructura en telecomunicaciones y puertos.

El funcionario anunció, entre otras innovaciones, el envío de dos helicópteros Chinook, de triste recuerdo para los argentinos que participaron de las acciones de 1982. En este caso, los aparatos trabajarían en tareas de entrenamiento para los tres mil soldados británicos que están apostados de manera permanente en el archipiélago. Desde ya, que la decisión británica trascendiera a días del 2 de Abril, huele a provocación mal disimulada.

Ante la prensa internacional, el ministro británico tampoco fue muy sutil: “vamos a reforzar las defensas allí para tranquilizar a los isleños. Estamos completamente comprometidos con la defensa de las islas y el deseo de sus habitantes de seguir siendo británicos”. No obstante, después desnudó a qué obedece realmente la nueva escalada británica, en absoluta coincidencia con los redespliegues que practica a escala global Estados Unidos.

Según Londres, “los rusos nos amenazan a nosotros y a la OTAN en muchos y muy diferentes lugares. Por eso es que nos hemos comprometido en la OTAN a crear una fuerza de reacción para tranquilizar a los países en el este de Europa y asegurarnos de que podremos ir a ayudarlos si hay alguna agresión rusa. Esperamos que Rusia sea un socio para nosotros y que respete las reglas del sistema internacional. Pero es evidente que está compitiendo con nosotros y se está volviendo más agresivo en distintas partes del mundo. Tenemos que dar una respuesta a eso”.

Como no ocurría desde 1989 –cuando se desmoronó la URSS-, los estrategas de Occidente tienen a disposición la versión más clásica del enemigo para venderle a su opinión pública. Claro está que en la actualidad la disputa no es ideológica –si es que entonces lo era-. Fallon hizo mención explícita a la “competencia” rusa, es decir, al surgimiento de otros polos de poder distintos al estadounidense y europeo. Rivalidad que desde ya, ni Washington ni Bruselas están dispuestas a tolerar.

En la volteada caemos los argentinos. Unos días antes, el tristemente célebre “The Sun”, publicó que “la inestable Argentina se está rearmando 33 años después de la Guerra de Malvinas con la ayuda de Vladimir Putin. Se cree que el presidente ruso estaría trabajando en un acuerdo para prestar 12 bombarderos de largo alcance a la Argentina, lo que ha incrementado los temores de una nueva invasión de las islas Malvinas”. No tiene sentido rebatir desde aquí el palabrerío del más sensacionalista de las publicaciones británicas, pero no está de más resaltar que en la Argentina, nadie en su sano juicio sueña con reeditar la aventura alocada que impulsó la última dictadura militar.

Para tratar de entender el renovado afán militarista de los invasores, hay que poner sobre la mesa la cercanía de las elecciones que tendrán lugar en Gran Bretaña el 7 de mayo, en cuyo transcurso David Cameron procurará revistar como primer ministro hasta 2020. Según las encuestas más creíbles, se registra paridad entre conservadores y laboristas de cara a los comicios, con un 30 por ciento aproximadamente para cada una de las facciones.

Ese virtual empate podría tener que ver en la utilización de la política exterior como manera de incidir en el ánimo de ciertos votantes. Con la renovación de la tensión, la mención al rearme argentino y la ubicación del fantasma ruso en el horizonte, el oficialismo procuraría captar votaciones “nacionalistas”. Para los nostálgicos del orden colonial, poco importan los hechos concretos, que en el caso argentino, nada tienen que ver con afanes belicistas.

Precisamente, en el frente diplomático Gran Bretaña padece notoria soledad en relación al tema Malvinas, a diferencia de los múltiples apoyos que año tras año renueva la Argentina en diferentes ámbitos y cónclaves. El más contundente y significativo de los últimos tiempos es el respaldo del G 77 + China y precisamente de los BRICS, donde “milita” Rusia. Al involucrarla en el diferendo, de manera indirecta Londres se asegura –una vez más- el concurso de Washington.

En este caso, los últimos acontecimientos no dejan lugar a dudas. Para la geopolítica estadounidense, la reactualización de Moscú como adversario de fuste es un hecho, después de los sucesos que tuvieron lugar en Crimea y del firme rol que desempeña Rusia en la crisis de Ucrania. Cameron especula con un gobierno republicano en Estados Unidos después de 2016, ya que ni Obama ni el resto de la Unión Europea se mostraron muy afectos a respaldar a Gran Bretaña en su diferendo con la Argentina por Malvinas.

El aislamiento de Londres respecto de Malvinas es notorio. En 2013, se llevó a cabo en las islas un referéndum que intentó poner de relieve la pretendida autodeterminación por parte de los descendientes de la población implantada después de la invasión de 1833. Esa maniobra sólo logró el respaldo de Canadá, mientras el conjunto de las Naciones Unidas respalda la noción de integridad territorial argentina.

Al involucrar a Putin en las demandas siempre diplomáticas de la Argentina, David Cameron mira hacia el frente interno para seducir a los votantes conservadores y en el externo, procura ganar oxígeno para la causa británica en Malvinas, sobre todo entre sus cofrades ideológicos del otro lado del Atlántico. Mientras, desoye por enésima vez el mandato de la ONU, que exige el restablecimiento de conversaciones con el asunto de la soberanía en la agenda.

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