Cinco años sin Alfonsín

Hoy hace cinco años, a las 20.30 del martes 31 de marzo del 2009, Raúl Ricardo Alfonsín atravesaba el vestíbulo de la vida eterna para no ser olvidado jamás.

Después de una vida dedicada de lleno a la militancia política y entregada a sus convicciones republicanas, el hombre símbolo de la recuperación de la democracia dejaba una herencia sustancial para las generaciones venideras.

En el ’83, Alfonsín empezó a desandar el camino que nos llevó hasta este presente de poder decir, con todas las dificultades que aún persisten, que los argentinos estamos transitando más de 30 años en democracia.

En aquella histórica jornada del 30 de octubre de 1983, Alfonsín ganó las elecciones presidenciales con un mensaje de esperanza democrática que caló en los argentinos tras siete años de calamitosa dictadura militar, con su balance de miles de víctimas de la represión, una economía a la deriva y la desdichada aventura bélica de las islas Malvinas. Restableció las libertades, brindó diálogo y exudó honestidad, pero sus seis años de gobierno se tradujeron en una erosión constante de su liderazgo por el doloroso ajuste económico, que fracasó en la lucha contra la hiperinflación y la recesión, la presión del sindicalismo peronista y la presencia sediciosa de sectores militares que no aceptaban el enjuiciamiento a la dictadura.

Para comprender mejor lo difícil que fue gobernar en ese momento con la presión militar, quiero citar parte de la obra del politólogo estadounidense Daniel Poneman, quien en su libro “La democracia argentina puesta a prueba”, afirma:
“En los primeros años de la democracia, Raúl Alfonsín estaba solo en el mando. Fue el único líder que pudo guiar a la Argentina a través de esas aguas peligrosas. Alfonsín es una rareza argentina; combina el carisma con el impulso democrático. Respeta la ley. Más importante aún, fortalece la democracia con el pragmatismo. La democracia debe triunfar, no porque es un ideal admirable en el plano de la abstracción, sino porque es la solución, tal vez la única solución, de los problemas crónicos que han plagado a la Argentina.

“Quizá no debería una democracia depender tanto de un solo hombre. Puede parecer extraño que se requiera un líder particular y carismático para establecer un sistema rutinario y pluralista. Pero así son los caprichos de la historia. Esto hace tanto más aterradora la amenaza proferida por el fanático general Ramón Camps, némesis de Jacobo Timerman en ‘Preso sin nombre, celda sin número’, obra de este último.
“Camps, condenado por su desempeño como jefe de la policía de Buenos Aires y protagonista de la guerra sucia, le dijo al antiguo director del Buenos Aires Herald Robert Cox: ‘Cuando volvamos al poder, mi mano no se estremecerá al firmar la orden de ejecución de Raúl Alfonsín’”.

El ex presidente se destacó por su pensamiento moderno, socialdemócrata, siempre atento a dar las respuestas que el país necesitaba en cada momento de crisis, y dispuesto a colaborar permanentemente en sostener el sistema democrático que fundó. Gozó de las tres cualidades que el politólogo alemán Max Weber exigía en un político: pasión, responsabilidad y mesura. Pasión para entregarse a una causa, responsabilidad para hacerse cargo de las decisiones y de sus consecuencias, mesura para no perder perspectiva.

El 31 de marzo murió un ser muy querido, al que es difícil olvidar porque dejó un legado fundamental para los tiempos: se puede ser presidente sin enriquecerse. Se puede llegar a la política y a la función pública para servir y no para servirse. Se puede ser presidente y líder para acertar y también para equivocarse. Se pueden defender las ideas con convicción y firmeza y a la vez respetar al que piensa diferente.

La síntesis de la vida y obra de Raúl Alfonsín es que hacer política es valioso, si se la practica como él lo hizo.

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