Un país harto del odio

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En 48 horas, un gran acontecimiento mundial, la reelección de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos, se superpuso en la agenda argentina con las manifestaciones sociales del jueves 8. Es oportuno hacer converger comparativamente el sentido de ambos hechos, para poner en contexto el caso argentino. Para hacerlo, me valdré del discurso que Obama pronunció en Chicago la noche victoriosa del martes 6, para cotejarlo con la realidad de la Argentina y las palabras que sobre ella se derraman.

Obama propone unir a la familia estadounidense: “... Aún cuando cada uno de nosotros proseguirá sus propios sueños personales, somos una familia norteamericana y juntos nos pondremos de pie como una nación y un pueblo”. No hay enemigos interiores, ni “proyectos” irreconciliables en un país donde coexisten, a menudo de manera crispada es cierto, ideas legítimas.

El reelecto presidente de los EE UU no cancela ni niega diferencias. Antes bien, las reconoce, pero a condición de que propicien la unidad nacional

Obama exalta la noción y el proyecto de un futuro esperanzador para todos. En este punto, admite que “el camino ha sido duro, nuestra peripecia ha sido extensa, nos hemos recuperado, hemos peleado para ponernos de pie, y sabemos en nuestros corazones que en los Estados Unidos de América lo mejor está por suceder”. Es un optimismo vital y sereno que masajea el corazón y embellece el alma. En la Argentina esas señales de porvenir promisorio no son emitidas por el Gobierno, que -por el contrario- sueña con “ir por todo” y delirios totalitarios similares.

DIFERENCIAS

El reelecto presidente de los EE UU no cancela ni niega diferencias. Antes bien, las reconoce, pero a condición de que propicien la unidad nacional, como prenda de igualdad. Al evocar la campaña recién concluida, afirma: “Ya sea que enarbolaran un cartel con la palabra Obama u otro con la palabra Romney, ustedes lograron que sus voces fuesen escuchadas y marcaron una diferencia. Acabo de hablar con el gobernador Romney y lo felicité a él y a (su candidato a vicepresidente) Paul Ryan por esta dura campaña”. ¿Alguien imagina a Cristina felicitando a Roberto Lavagna en 2007 o a Hermes Binner en 2011?

Obama elogia al adversario. Discrepa en casi todo, pero no lo humilla ni lo ningunea. Al contrario, lo exalta. Dice: “Puede que hayamos batallado fieramente, pero es porque ambos amamos profundamente a este país y nos preocupa fuertemente su futuro”. Estos conceptos nunca fueron asumidos por quienes gobiernan la Argentina, sobre todo después del 54% de 2012.

Para Obama, después de haber sido reelecto presidente de la nación más poderosa del mundo, no hay que aniquilar a su “enemigo”, sino, al contrario, trabajar con y junto al derrotado. “En las próximas semanas -anunció en su noche triunfal- espero sentarme junto con el gobernador Romney para trabajar juntos para que este país salga adelante”. Exactamente el reverso de la Argentina, donde desde hace nueve años y medio jamás los gobernantes han convocado a la oposición a dialogar. Ni siquiera cuando en 2003 sacó el 22% de los votos y resultó presidente por el default de Carlos Menem, Néstor Kirchner se dignó a reconocer a sus adversarios, a menos que aceptaran ser deglutidos por su máquina de poder. Antes de enrolar a Menem en la tropa oficial en el Congreso, Kirchner hizo incluso la señal de los cuernos ante la TV el día que el riojano juró como senador.

Para Obama discrepar no es considerar enemigo al otro, sino una señal de la libertad. Dice: porque discrepamos, somos libres. Explica: “la democracia en una nación de 300 millones de personas es ruidosa, desordenada y complicada. Cada uno tiene sus propias opiniones, cada quien sostiene convicciones profundamente arraigadas. Y cuando nos tocan tiempos difíciles, cuando tomamos grandes decisiones, necesariamente se agitan las pasiones y se agudiza la controversia. Eso no habrá de cambiar después de esta noche (la de las elecciones) y tampoco debería. Estas polémicas nuestras definen nuestra libertad. Nunca podemos olvidar que, ahora mismo, pueblos de distantes naciones arriesgan la vida sólo por la posibilidad de discutir temas que importan y por la posibilidad de emitir su voto como nosotros hicimos hoy”. En la Argentina, tras las manifestaciones imponentes del 8N, para Cristina Fernández el gran acontecimiento de la semana fue el Congreso del Partido Comunista Chino, partido único que gobierna sin alternancia desde 1949 un régimen dictatorial que no reconoce la libertad de prensa ni la de asociación.

Para Obama, las diferencias no excluyen coincidencias posibles y necesarias. Lo subraya: “Pese a todas nuestras diferencias, la mayor parte de nosotros compartimos ciertas esperanzas en el futuro de los Estados Unidos. Queremos que nuestros hijos crezcan en un país en el que tengan acceso a las mejores escuelas y a los mejores docentes. Estaremos en desacuerdo, a veces fieramente, sobre cómo llegar allí. Pero, como sucede desde hace casi más de dos siglos, el progreso sobrevendrá a los saltos. No siempre se avanza por una línea recta. No siempre se recorre un camino libre de obstáculos”. Es el reverso del caso argentino, donde las convergencias son normalmente imposibles o sospechosas de contubernios. Reformista y posibilista pragmático, Obama prefiere lo paulatino; no cree que negociar compromisos sea traicionar su mandato.

Según Obama, existen, pese a todo, denominadores comunes. “En sí mismo, el reconocimiento de que tenemos esperanzas y sueños en común, no pondrá fin a todos los estancamientos, no resolverá todos nuestros problemas, ni sustituirá el laborioso trabajo de construir consensos y concretar los difíciles compromisos necesarios para que este país avance. Pero debemos empezar por lo que tenemos en común”. En la Argentina lo que hay en común es reemplazado por la confrontación, enfermiza y tóxica. Para el kirchnerismo confrontar es existir, pelear es avanzar.

Es central en Obama su enunciado de humildad, permanente certeza de que aprende de su pueblo. “Haya sido votado o no por ustedes, los he escuchado, aprendí de ustedes y han hecho de mi un mejor presidente. Y con sus historias y sus luchas, regreso a la Casa Blanca más resuelto e inspirado que nunca sobre lo que tenemos que hacer en el futuro que nos aguarda”. Nunca la escuché admitir a Cristina Fernández haber aprendido algo de alguien. ¿Alguna vez recordó con admiración a algún profesor de la Universidad Nacional de La Plata?

Obama no se limita a prometer y a dar. En claro espíritu kennedysta (“No pregunten qué puede hacer el país por ustedes, pregunten qué pueden hacer ustedes por el país”), exige involucrarse. “El papel de los ciudadanos en nuestra democracia no culmina con el voto. En los Estados Unidos nunca se trató de lo que país puede hacer por su gente, sino de qué podemos hacer juntos a través del duro y frustrante, pero necesario, trabajo de autogobernarse. Ése es el principio sobre el que fuimos fundados”. En la Argentina es al revés: el Gobierno dice que da, y el pueblo debe agradecer.

En la Argentina lo que hay en común es reemplazado por la confrontación, enfermiza y tóxica

Para el comandante en jefe del poder militar más poderoso de la Tierra, el poder nace de la unidad nacional. “Este país tiene más riquezas que ninguna otra nación, pero no es eso lo que nos hace ricos. Tenemos las fuerzas armadas más poderosas en la historia, pero no es eso lo que nos hace fuertes. Nuestras universidades y nuestra cultura son la envidia del mundo, pero no explican que todos quieran llegar a nuestras costas. Lo que hace a los Estados Unidos un país excepcional son los lazos que unen a la nación más diversa de la Tierra”. Es la otra cara de la Argentina, donde desde hace una década se insiste desde el poder en que las diferencias importan más que las similitudes.

¿Qué hace grande a un país? Para Obama, “la convicción de que compartimos un destino, que nuestro país sólo funciona cuando aceptamos ciertas obligaciones entre nosotros y con las futuras generaciones. La libertad, por la que tantos norteamericanos han combatido y muerto, viene junto con responsabilidades y derechos. Y entre ellos están el amor y la caridad y el deber y el patriotismo. Eso es lo que hizo grande a los Estados Unidos”. Lenguaje exótico en una Argentina donde prevalecen derechos y garantías, jamás obligaciones y deberes.

CONSENSOS

En síntesis, para Obama en su país hay más acuerdos que desacuerdos. “Podemos proyectar juntos el futuro porque no estamos tan divididos como sugiere nuestra política. No somos tan cínicos como creen los gurúes. Somos más grandes que la suma de nuestras ambiciones individuales, y seguimos siendo más que una colección de estados republicanos y demócratas. Somos, y seguiremos siendo, los Estados Unidos de América”.

Estadista sobresaliente, Obama enfatiza lo que une, no lo que fragmenta. Extiende el brazo, invita, compromete, seduce, propone. No rechaza, ni odia; no agrede ni descalifica, propone metas comunes, no se solaza con las trincheras irreductibles. Después del 8N del jueves, son palabras capaces de inspirar.

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