Una sala de espera se puede transformar en una selva o un submarino, donde un par de adultos vuelven a jugar como niños por un rato, y el destinatario del juego, el verdadero niño, lo sigue siendo a pesar de estar en una cama de hospital. Estamos en plena paya-intervención, en la que dos o tres payamédicos desdramatizan la realidad, a través del juego.
Mario Sejas es médico cardiólogo y payamédico. Y es además fundador de Funcavida, la Fundación Cardiológica Calidad de Vida, que en 2011 realizó la gestión para que el primer curso de formación de payamédicos pudiera realizarse en la ciudad.
Los grupos son de formación porque si bien cualquier persona puede ser payamédico, se requieren algunos pasos previos: además de contar con un mínimo de 18 años y secundario completo, se deberá hacer un curso de 3 meses de payateatralidad, que es la técnica de clown, más un mes de payamedicina. “Porque, como entramos a hospitales, son necesarias clases de bioseguridad, tanatología y psicología, entre otras disciplinas. Es decir que hacemos una preparación específica”.
Pero ahí no termina todo: a esta capacitación se suman seis meses de payantías: “Las personas que se están formando van al hospital con un payamédico ya experimentado”. Al cabo de 24 payantías se completa la preparación. En esa condición están los 16 payamédicos que mañana recibirán su diploma y habilitación.
JUEGO Sí, PERO NO IMPROVISACIÓN
Sejas comenzó a incursionar en el teatro en el año 2000, a partir de talleres con Raúl Kreig. Varios años después y ya como payaformador evalúa que consiguió “una síntesis entre lo que me gusta: el arte y la medicina”.
En el mundo de los payamédicos, lo único improvisado es el juego. Pero nada es casual. Cada actividad que se realiza está concebida para ese paciente en particular a quien denominan “produciente”.
Tampoco los colores están elegidos al azar, ni para el vestuario ni para la nariz que, desde mayo de 2015, será naranja. “Los colores están estudiados -informa Sejas-; no es que nos vestimos como queremos. Tratamos de no usar el negro porque simboliza la muerte, el luto o lo erótico a veces. Igual que el violeta, que simboliza las coronas. También se evita el rojo porque se asocia con la sangre y hemos visto que algunos producientes podían relacionar a las narices rojas con gotas de sangre. Por eso planteamos cambiar por un color potente, como el naranja”. Ese cambio será para todo el país y se decidió, como no podía ser de otra forma, en el último paya-congre.
- ¿Por qué se habla de producientes y no pacientes?
- Como el payaso entra en un nivel de fantasía, buscamos la producción del paciente para desdramatizar el medio. Por eso cada intervención es única, irrepetible y pasa por toda la improvisación que se nos ocurra en ese momento. La lógica la pone el produciente: lo que nosotros hacemos es “payasizar” esa lógica. Entramos y la sala de espera puede ser para nosotros un sumbarino o una selva, pero nunca una habitación del hospital.
- No se trata de negar la enfermedad, ¿cuál es el objetivo?
- En ese momento somos niños jugando con otros niños. Y también con adultos, porque si bien trabajamos en el Hospital Dr. Alassia, está el papá o la mamá. Estamos dentro de lo que llamamos una medicina complementaria, no alternativa, y trabajamos dentro del ámbito de la salud, pero no entramos si el médico no nos pide que vayamos. Por eso no vamos a hacer shows, y para Navidad y Año Nuevo no vamos a entregar regalos, sino que nos interesa más desdramatizar el medio y lo hacemos a través de una producción con el paciente. Es una tarea muy noble.
- ¿Son muchas las personas que se inician como payamédicos?
- Se van recibiendo muchos pero, después, los que ejercen son pocos. Si se reciben 50, después ejerce el 30%. Es un trabajo voluntario, lo único que pagamos es el curso de payateatralidad. Y tenemos una filosofía acerca de que nos mueve el deseo y no el deber. Eso hace que la actividad no sea tan rígida y si alguien quiere quedarse a dormir en lugar de ir al hospital, se queda.
- ¿Cómo es la intervención en el Hospital de Niños?
- Tenemos una muy buena recepción de los directivos: un día antes nos mandan el pase del produciente y sabemos la edad y la enfermedad, así que cuidamos todos los detalles. En ese sentido, el hospital nos abre las puertas y nos toma como a uno más. Por eso es distinto de lo que hace “Patch” Adams, que sale del sistema de salud y trabaja en zonas de riesgo, con un servicio de asistencia. Está bueno, pero es otra cosa.
VOLVER A SER NIÑOS
“Payasos de hospital hay desde fines de 1800”, dice Sejas, y aporta que hay numerosas organizaciones. “Payamédicos está en la Argentina, somos más de 3000 y estamos en casi todas las provincias”, y también en Tenuco (Chile). Cada grupo está integrado por hombres y mujeres que provienen de diferentes campos profesionales y oficios: arquitectos, amas de casa, psicopedagogos, docentes, estudiantes. Pero la cabeza dirigencial está a cargo de médicos, psicólogos y psiquiatras.
En tantas semanas de recorrer las salas del hospital -martes a la tarde y sábados por la mañana- las historias se multiplican, por eso es difícil hallar una que sintetice la experiencia.
Para cada payamédico, la transformación comienza desde el vestuario: “Cuando nos ponemos la nariz seguimos siendo un adulto pero con mentalidad de niño, que es inocente, que no entiende el doble sentido, que no toma alcohol, no fuma, no es violento, no incomoda y es tierno. Todos hemos pasado por la vida en esa etapa de niño y es cuestión de buscarla. Por eso la payateatralidad permite buscar a ese niño que fuimos, y por eso el payaso no se enseña, sino que se aprende y cada uno tiene su ritmo para encontrarlo”.
Y en la historia personal, el cambio también es evidente: “Se empieza a quitarle dramatismo a la vida, a la lógica, al reloj. Y a salir de la vorágine de todos los días”.