U n libro de historia es un fragmento anclado en un tiempo. Y el de Richard Gillespie es uno de los más apasionantes de la historia argentina. Soldados de Perón. Los Montoneros provocó críticas y reconocimientos. Entre estos últimos, los que destacan la importancia documental del voluminoso trabajo que selló una época. Sin embargo, algunas voces intentan debatir ese espacio único que los años –y la cantidad de citas de su trabajo que han utilizado otros autores– le han atribuido al investigador británico.
El abogado Lucas Lanusse –sobrino nieto de presidente de facto Agustín Lanusse–, autor de Montoneros, el mito de los 12 fundadores (2005), señaló en su momento que Soldados... “es el único libro de tinte académico que existe y tiene el mérito de ser la piedra fundamental, pero su base empírica es débil. Su interpretación central sobre la relación entre Perón y los Montoneros es demasiado esquemática. Pasa de largo las discusiones internas sobre la condición revolucionaria (o no) de Perón”.
El “libro pretende hallar la razón por la que decenas y centenares de miles de argentinos se agruparon tras los estandartes de Montoneros”, supo replicar el historiador inglés Daniel James.
Por su parte, José Amorín, una pieza relevante en la agrupación setentista, escribe en su libro Montoneros. La buena historia (2005): “Gillespie atribuye a Descamisados el asesinato de Vandor (1969), un operativo mayor para una organización que no sólo estaba en pañales sino que, además, rechazaba la violencia hacia el interior del peronismo”.
Hasta el propio Félix Luna, que no pudo maquillar su visceral antiperonismo, arremete indirectamente contra el libro cuando escribe en el prólogo de Soldados de Perón. Historia Crítica de Montoneros (2008, tercera edición): “(…) Quiero decirlo sin atenuar mi juicio con ningún matiz exculpatorio: los Montoneros me repugnaron siempre. Por sus métodos en primer lugar, pero además por sus pueriles y confusos objetivos y hasta por la calidad humana de sus dirigentes. No siento la menor admiración por ellos (…)”.
A pesar de las dudas sobre su trabajo de campo o las críticas al libro por la ausencia de un análisis más minucioso y sostenido de temas coyunturales, no hay que dejar de reconocer su valor testimonial.
Desde el boom editorial de los ’90 hasta la era pos Felipe Pigna, todas las investigaciones periodísticas o históricas que recorrieron y analizaron la década del ’70 utilizaron o utilizan como fuente bibliográfica el libro de Gillespie.
Es por eso que “no hay por qué ensañarse. Gillespie escribió hace muchísimos años, era difícil hablar con protagonistas en los ’70, no se conocían documentos disponibles ahora”, expresó Lanusse.
Algo es cierto: la historia, en tanto pasado, les pertenece sólo a un tiempo y a sus protagonistas. Y Gillespie, a pesar de los críticos de siempre, fue uno de ellos.