Con 45 años de vida, Alberto Masliah es un cineasta comprometido con los derechos humanos. Después de realizar dos documentales (Negro Che y El último quilombo, ambos sobre los afrodescendientes en la Argentina), decidió que su ópera prima en ficción tenía que abordar el tema que conoce de cerca porque la época de la dictadura atravesó su infancia y parte de su adolescencia. Incluso, el film de ficción lo venía pensando antes de realizar sus documentales. “Yo tenía en la cabeza contar la historia de un hijo de desaparecidos desde un lugar distinto, no para diferenciarme, sino porque, en realidad, me parecía que podía ser, al menos para mí, más interesante”, comenta Masliah en diálogo con Página/12, luego de señalar que la política y los derechos humanos le interesan mucho no sólo como tema narrativo, sino también “como tema de vida”. Y logró plasmarlos en Schafhaus, casa de ovejas, que se estrenó ayer en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635).
Schafhaus... narra la historia de Ernesto (Sergio Surraco), un argentino de 36 años que, desde que tenía tres, vive en Alemania, donde lo llevaron sus abuelos, luego de la desaparición de sus padres durante la dictadura. En la actualidad, se lo ve a Ernesto regresando a la Argentina por primera vez en su vida, debido al fallecimiento de su abuelo. Este hombre tiene que ultimar detalles de los negocios que tenía el anciano con empresas argentinas dedicadas a la lana. Y por eso Ernesto debe viajar a Trelew. Desde el momento en que llega al aeropuerto, lo invaden recuerdos fragmentarios, pero cuando se topa con un viejo amigo de su abuelo comenzará un espiral de preguntas sobre sus padres, de quienes poco conoce, y que tendrá que resolver pese a su reticencia. Todo se desencadena cuando el hombre le muestra una foto familiar donde aparece una casa de campo llamada Schafhaus. A Ernesto este lugar lo inquieta, le genera curiosidad. Y con la excusa de seleccionar los lotes de lana adquiridos, tratará de encontrar ese sitio donde seguramente estarán las respuestas que sus abuelos no le dieron de niño, tal vez para no traumatizarlo.
–¿Qué cree que aporta su ficción al tema de la dictadura abordado muchas veces por el cine argentino?
–Tiene que ver con el punto de vista. Yo quería contar esta historia desde un lugar que todavía no fue contada. Sentía que si iba a encarar una ficción así, como pensé, en temas de la identidad para los documentales, me parecía que el tema más fuerte en la argentinidad acerca de la identidad tiene que ver con los hijos de desaparecidos, no solamente aquellos que recuperan su identidad, que no conocen nada de su identidad, sino también de aquellos que, a pesar de que la conocen, tienen una identidad truncada por este mismo hecho de que sus padres desaparecieron.
–¿Es más difícil apelar a la memoria histórica desde la ficción que desde el documental?
–Diría claramente que sí. En la ficción uno está más atado a cuestiones que tienen que ver con formatos que la gente acepta mejor. En el documental, esa dificultad no está. Las películas tienen una forma que los directores tratamos de variar, pero en realidad es la forma en que la gente las entiende. Entonces, cuando uno escribe el guión sabe que tiene que cumplir con ciertas cuestiones narrativas indispensables para que se entienda la historia. Cuando uno piensa en el personaje sabe que debe cumplir con ciertas cuestiones para que la gente se pueda identificar. En el documental, esa privación no la tiene. El documental es más libre.
–¿Por qué Ernesto nunca indagó a sus abuelos sobre sus padres?
–Porque los abuelos no quisieron que él indague. Entonces, le enseñaron a no preguntar. Imagino que cuando Ernesto era un púber debe haber preguntado por sus padres varias veces y seguramente la respuesta fue esquiva o del tipo: “No hables de eso” o “Es algo del pasado”. Me imagino una respuesta de la abuela diciendo: “Es un tema que me duele mucho y prefiero no hablarlo”. Pero, los abuelos, pensando que le hacían un bien, trataban de desviar el tema o no hablar de sus padres creyendo que le iba a causar dolor al niño Ernesto. Y para evitar ese dolor eligieron ese camino equivocado.
–¿Y por qué Ernesto nunca sintió la necesidad de volver?
–Para la construcción del personaje que trabajamos con Sergio Surraco, pensamos todo el tiempo como punto de partida de este personaje que Ernesto es más alemán que argentino. La Argentina le causó mucho dolor, no es un país donde a él le gustaría vivir. La Argentina expulsó a sus abuelos y mató a sus padres. Y, entonces, creo que todo ese andamiaje que era como un esqueleto externo que lo sostenía como persona, en realidad sostenía a una persona cuya alma estaba desarmada porque no tenía datos de sus verdaderos padres, de su verdadera patria, de sus verdaderos orígenes. Y todo ese andamiaje hacía que Ernesto no sintiera esa necesidad de preguntar acerca de sus orígenes que, en realidad, tenía muy adentro.
–¿La muerte de su abuelo no lo estimula a conocer su pasado?
–No. La muerte de su abuelo provoca que venga a la Argentina. Y su abuelo en vida siguió conservando esa argentinidad que absorbió durante treinta años porque, en realidad, era alemán. Conservaba un lugar en el sur, que es esta casa Schafhaus. Y es eso lo que a Ernesto le causa curiosidad. ¿Por qué su abuelo le ocultó esa casa? Y, en realidad, es: ¿por qué su abuelo le ocultó su historia? Toda la película está impulsada por este pequeño secreto que Ernesto descubre cuando llega a Trelew. Y eso es lo que lo lleva a querer hacer ese viaje que, en principio, se niega a hacer, pero después se ve casi forzado porque no puede evitarlo.