Los dirigentes que emerjan del XVIII Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) tendrán que decidir cómo afrontar los enormes retos que encara la gran potencia emergente, cuya economía se ralentiza y su población muestra un descontento creciente ante problemas como la corrupción.
El Congreso se celebra en una China que tiene poco que ver ya con la que vivió el último relevo en el mando, hace diez años. Desde entonces, la economía del país ha crecido de manera explosiva, hasta convertirse en la segunda del mundo, y la República Popular pisa cada vez más fuerte en la política internacional.
Su gasto en Defensa se ha quintuplicado en los últimos años y el mes pasado puso en servicio a su primer portaaviones. Una China pujante se ha convertido en el primer socio comercial de muchos países latinoamericanos, un ávido consumidor de materias primas y una presencia ya casi rutinaria en el Africa subsahariana.
La gran mayoría de los ciudadanos chinos declara una gran fe en el futuro y un 92 por ciento, según una encuesta difundida por el Centro Pew estadounidense, cree que su nivel de vida es mejor que el de sus padres.
Pero este desarrollo ha creado también una serie de problemas que heredarán los nuevos líderes. El crecimiento a destajo ha creado una fuerte desigualdad, una de las mayores de Asia y especialmente apreciable en la brecha abierta entre la ciudad y el campo.
Ese mismo crecimiento, unido a la opacidad del régimen político y la falta de independencia de los tribunales, ha creado un serio problema de corrupción.
Las grandes empresas públicas continúan recibiendo un trato de favor, mientras que el sector privado, que tan enormemente ha contribuido a la economía del país, no cuenta con el mismo prestigio entre los integrantes del régimen.
Y la prioridad concedida al crecimiento frente a cualquier otra consideración ha creado graves problemas medioambientales. Menos del 1 por ciento de las 500 principales ciudades chinas cuenta con un aire lo suficientemente limpio, según los estándares de la Organización Mundial de la Salud.
En las últimas semanas, se han multiplicado los llamamientos al Partido y a sus líderes para que acometa reformas significativas, que reduzcan la desigualdad y combatan una corrupción rampante.
Hasta el momento se desconoce qué camino emprenderán los futuros líderes una vez que el Congreso consagre, como se espera, al vicepresidente Xi Jinping como nuevo secretario general del PCCh y al viceprimer ministro Li Keqiang como su número dos. Para la próxima primavera, ambos quedarán investidos como jefe de Estado y de Gobierno, respectivamente.
A todas luces, su trabajo se verá dificultado por una ralentización del crecimiento económico que dura ya tres años, tras superar otrora los dobles dígitos, y que muchos analistas esperan que continúe.
Xi mantiene sus cartas ocultas. Dar a conocer los planes políticos no es una buena estrategia antes de llegar al poder en un régimen donde las distintas facciones gobiernan por consenso.
Por ello, se desconoce si tratará de imprimir un sello reformista a su mandato o si optará por continuar la política de su predecesor Hu Jintao, un tecnócrata que llegó al poder entre esperanzas de cambio pero cuya década al frente del país se ha caracterizado por el inmovilismo.
A juicio de Kerry Brown, catedrático de Política China en la Universidad de Sídney, el régimen que liderará Xi encara "unos desafíos inmensos".
Las autoridades chinas se han fijado el objetivo de convertir la República Popular en un país de ingresos medios y eso "no se consigue sin cambios significativos".
La clave, a su juicio, será el ver si los nuevos gobernantes cuentan con la suficiente voluntad política como para acometer reformas en profundidad.
Brown menciona factores que diferencian a la nueva generación de líderes de la precedente. A diferencia de otras épocas, los miembros que se barajan para el Comité Permanente, el máximo órgano de poder del PCCh, son de una procedencia geográfica variada, apunta.
Su formación también lo es. Ya no son sólo ingenieros o técnicos: entre ellos se encuentran economistas, expertos en ciencias políticas o licenciados en Derecho, un "tipo de formación similar a la de los políticos occidentales", recuerda Brown.
A su juicio, una cosa está clara: "la era de los tecnócratas se ha acabado".