Después de tantas vueltas, el secretario de Comercio, Guillermo Moreno –y con él el Gobierno del que forma parte– se ha encontrado con su propia criatura. El martes, desde Emiratos Árabes Unidos, dijo que 2013 será el año en que “el debate por la competitividad” se llevará las palmas. No dio mayores precisiones al respecto.
La competitividad es la capacidad del país para ofrecer productos y servicios a precios y calidades convenientes con relación a la que pueden ofrecer los competidores.
Argentina ha ido perdiendo esa capacidad a manos de múltiples factores. En casi todos ha estado el Gobierno nacional como fogonero.
El Gobierno inauguró una política de subsidios que distorsionó fuertemente los precios relativos internos. Eso, a su vez, llevó a muchas inversiones incorrectas. Apenas un ejemplo: los artificiales bajos precios de la energía llevaron a que no se invirtiera lo suficiente en producirla. Se pudo acompañar el crecimiento porque, primero, se fue reduciendo lo que se exportaba y, luego, porque se empezó a importar. El Gobierno no está en condiciones fiscales de sostenerlo.
Y, ahora, todo indica que la energía será un rubro que se encarecerá en la Argentina, con el fin de tentar a quienes antes se desalentó, a invertir para recuperar el desabastecimiento. Eso no va a hacer más competitiva a las empresas que operan en Argentina con relación a las del resto del mundo, que en términos generales, no vivieron en la isla de la fantasía durante una década en que el petróleo se estacionó en sus máximos precios históricos para no bajar nunca más.
El Gobierno kirchnerista también pudo, a lo largo de sus dos gestiones, no hacerse cargo de la deuda pública. El default que dejó Adolfo Rodríguez Saá le permitió no tener que pagar nada durante unos años. Después saldó sus deudas con dólares del Banco Central, recursos que pertenecen a la sociedad y no al Estado ya que no provienen de impuestos. Eso terminó reduciendo las reservas y forzó al Gobierno a restringir importaciones para garantizar un saldo comercial mínimo al cual apelar para seguir pagando su deuda.
Las complicaciones que eso significó para el aparato productivo aumentaron costos de exportadores. Y protegieron a empresas orientadas al mercado interno y menos eficientes, que aprovecharon para subir sus precios. Menos competitividad por doble vía.
Pese a no tener que pagar su deuda, el gasto público se multiplicó sin que esté claro cuál ha sido el balance de perjuicios y beneficios. Hoy, sostener al Estado argentino es más caro que nunca antes: nos cuesta un tercio del producto interno bruto. Es costo para empresas y asalariados. Menos competitividad.
Pese a la creciente succión de recursos faltaron inversiones públicas. Y se acumularon en la década déficits en infraestructura energética, vial, ferroviaria, portuaria. O sea, cosas básicas para una economía competitiva.
Finalmente, ese gasto desbocado empezó a sostenerse con emisión de dinero del BCRA. Lo cual es inflacionario. Cada día, mientras Moreno habla, esa inflación carcome la desnutrida competitividad de la economía.
¿Qué tendrá en mente Moreno? ¿Revertir casi todo lo hecho en ocho años luego de haber engordado las distorsiones al límite? ¿O blanquear una devaluación que nos empobrezca a todos –la competitividad de los atrasados– rogando que no se traslade de inmediato a precios?