Militante del cine

Siempre comprometido con las mejores causas sociales y con el cine militante, se extrañará la figura señera de Humberto Ríos, fallecido el sábado pasado, a los 84 años. Fundamentalmente documentalista, pero también realizador de recordados films de ficción, Ríos fue un pionero de lo que a comienzos de los años ’60 se denominó Nuevo Cine Latinoamericano, al que siempre se dedicó en cuerpo y alma. Nacido en La Paz, Bolivia, el 29 de noviembre de 1929, Ríos –según consigna la página de Directores Argentinos Cinematográficos (DAC), entidad a la que pertenecía– fue inicialmente pintor y escenógrafo y en los años ’50 viajó a Francia para desarrollarse en las artes plásticas. Pero el fervor por el cine en tiempos de la nouvelle vague lo llevó a estudiar en el legendario Idhec, de París. Asociado a un grupo de activistas que luchaba clandestinamente contra la guerra de Argelia, parte de una red que enviaba dinero a Suiza para luego trasladarlo a aquel país, consiguió eludir la prisión y en 1960 partir rumbo a Buenos Aires como camarógrafo, gracias a la ayuda que le ofreció la directora María Herminia Avellaneda, entonces en Canal 7.

Su primer trabajo documental de veinte minutos realizado en el país se tituló Faena (1961), rodado en un matadero y concebido como metáfora de los crímenes en los campos de concentración. Poco después llegaría Eloy, según la novela de Carlos Droguet, una coproducción entre Argentina y Chile que representó a los dos países en el Festival de Berlín, y tras su participación en reuniones con otros realizadores latinoamericanos, nació la idea de un cine más comprometido. El proyecto fue el de generar ingresos con cine publicitario, un medio que estaba en crecimiento, para reinvertir las utilidades en un cine de alto contenido político y militante. Así surgieron Argentina, mayo de 1969: Los caminos de la liberación (1969), sobre el Cordobazo, y Al grito de este pueblo (1972) acerca de la lucha de los mineros bolivianos, además de los cortometrajes Prensa y Hombres de puerto (ambos de 1974). Durante este período, también se desempeñó como camarógrafo de México, la revolución congelada (1970), de Raymundo Gleyzer.

Posteriormente, sería el autor de Esta voz entre muchas (1979), El tango es una historia (1983), Del viento y del fuego (1983) y Fernando Birri, el utópico andante (2012), sobre su gran amigo y compañero de ruta.

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