(Manuel Gómez Granados)

Quizás porque en México estamos obsesionados con lo que sucede en Estados Unidos o Europa, o porque la distancia que nos separa de Buenos Aires realmente pesa, es un hecho que en México no siempre prestamos suficiente atención a lo que ocurre en otros países.

Sin embargo, en Buenos Aires, el Congreso argentino aprobó una polémica reforma que otorga el derecho a votar a jóvenes de 16 y 17 años. No es algo novedoso. En México, distintos grupos han hablado de hacer algo así, pero nunca han sido capaces de lograrlo. La diferencia está en el hecho de que, en Argentina, la iniciativa fue adoptada por la presidenta Cristina Fernández, viuda de Kirchner.

¿Por qué está interesada en un proyecto así? Más allá de las consideraciones formales, que hablan de la expansión de los derechos en su gestión, es imposible disociar este proyecto de otras medidas impulsadas en fechas recientes por el gobierno argentino. Una revisión somera de las principales medidas económicas y políticas de doña Cristina habla de dos cosas.

Por una parte, de un cambio radical en la política económica argentina, que durante los últimos 25 años estuvo orientada en la lógica de la apertura comercial y la globalización. Por la otra, de la obsesión de extender tanto como sea posible su permanencia en la Casa Rosada.

Las aspiraciones de perpetuarse en el poder fueron originalmente pensadas por Néstor Kirchner, el difunto marido de la presidenta argentina. El guión planteaba que para evitar la reforma de la Constitución, se necesitaba que él y su esposa jugaran en tándem. Primero el marido, luego la señora, y así al infinito y sin meterse en problemas. Pero como sucede con muchos planes, algo falló. En este caso fue la salud de don Néstor, que lo traicionó y dejó a Cristina viuda, presidenta y sin sucesor a modo.

Los primeros años de gobierno de la señora viuda rindieron buenos dividendos, pero los argentinos —como el resto de América Latina— tienden a desconfiar de quienes se creen indispensables para sus países, de modo que hay muy fuertes resistencias a reformar la Constitución para que doña Cristina pueda reelegirse por tercera ocasión. El problema era, ¿cómo vencer esas resistencias?

Primero se regresó al discurso nacionalista: Evita Perón en los billetes y la prohibición de la compra de terrenos agropecuarios a los extranjeros; se expropió a Repsol para que el gobierno controle Yacimientos Petrolíferos Fiscales; se reactivó el conflicto por Malvinas y se creó un cepo cambiario, de modo que sólo se pueden comprar dólares previa autorización, y los argentinos que viajan al exterior deben pagar un impuesto de 15% en todas sus compras con tarjetas de crédito o débito. Estas medidas ya le pasaron factura a Argentina. El jueves, mientras en Buenos Aires se sancionaba el voto juvenil, en Nueva York, Standard Poor’s degradaba la calidad de la deuda argentina a los 1066 puntos, por debajo de la deuda venezolana (926) y 580 puntos, y por arriba de la griega (1646). Como referencias, la deuda mexicana tiene una calificación de 137 y la de España es de 388.

Luego reactivó los peores recuerdos de la Guerra Sucia de los gobiernos militares; se revocaron las amnistías a los involucrados en la represión de los años 1960, 1970 y 1980.

El tercer paso fue victimizarse, crear la ilusión de una presidenta acosada por medios de comunicación voraces por lo que el Estado debe declarar la guerra a quien ose criticar a Cristina, especialmente los diarios de la capital: La Nación y Clarín, sin olvidar a periodistas independientes como Jorge Lanatta.

La cuadratura del círculo de la reelección está completándose al extender el derecho a votar a los chicos de 16 y 17 años. El peronismo kirchnerista tendrá así un sector del electorado fácilmente movilizable, dispuesto a defender siempre la agenda de la presidenta. No es difícil comprender que los chicos de esa edad, adolescentes maximalistas, serán la carne de cañón que llene plazas y hagan de la reelección de la presidenta un asunto que vaya más allá de la política y se instale en el plano de los conflictos familiares y generacionales.

Habrá que estar pendientes. Aunque estamos lejos, a lo largo de la historia del siglo XX hay muchos ejemplos de mimetismo entre las políticas diseñadas en Los Pinos y la Casa Rosada. Existe el riesgo de que un gobierno que inicia débil tratara de replicar en México, parcial o totalmente, el nuevo populismo del laboratorio de doña Cristina.

manuelggranados@gmail.com

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