Muchos homenajes en todo el mundo por la muerte de uno de los genios no sólo de la música, sino de toda la cultura en general, Pierre Boulez. Es lógico. Estas líneas quieren testimoniar sus lazos emotivos y profesionales con nuestro país, que se conocen poco y que tuve el privilegio de compartir desde sus inicios.
En 1950, Pierre integraba la compañía de teatro de Madeleine Renaud y Jean-Louis Barrault como director musical. Ese año nos visitaron en el maravilloso Teatro Odeón. Su participación se limitaba a dirigir pequeños grupos de músicos locales en repertorios que, en general, le interesaban poco y, muchas veces, les disgustaban.
Invitado a casa de mis padres a una cena en honor de toda la compañía, se negó a venir: prefirió quedarse en el Hotel Claridge para componer (era Le Marteau sans maître, una de sus obras maestras) y escribir a su entonces amigo John Cage. Salvo muy pocos compositores, nadie conocía ni su nombre.
A pesar de no conocerlo entonces, tuve el privilegio de escuchar su conferencia sobre la música contemporánea en la galería de arte que en ese tiempo tenía Francisco Kröpfl. Yo también ignoraba hasta su nombre y poco podía imaginarme que estaba frente a quien sería considerado uno de los grandes genios de nuestra época tanto como compositor, director de orquesta, promotor de la música de nuestro tiempo y fundador de fabulosas instituciones.
Algunas pocas veces pude asistir a los conciertos que organizaba, y a menudo dirigía, en el Domaine Musical, un modesto apéndice de la compañía Barrault-Renaud.
Durante los 40 años siguientes lo escuché frecuentemente como director de orquesta en París, Londres y Nueva York. Alrededor de 1990 lo visité en París y le rogué que pensara en venir a Buenos Aires con el Ensemble. Era un proyecto inalcanzable por su enorme costo. Había creado una pequeñísima y muy modesta fundación (Música y Tecnología) con Nelly Di Tella y varios otros amigos, pero nuestros recursos totales no hubieran podido cubrir ni el 5% del costo de una gira.
En 1995, leí en LA NACION que una gira del Ensemble dirigido por Boulez estaba programada por el Mozarteum para el año siguiente. Los dos programas en el Colón estaban integrados por lo que Pierre describía como "muy conservadores" con Stravinsky, Debussy. No obstante incluían una obra de Boulez y el Concierto para piano de Ligeti.
Inmediatamente contacté a Boulez y le insistí en que ésta era la oportunidad para agregar un concierto monográfico de su obra. Le encantó la idea. Disponía en su agenda de una noche libre. Me dijo que "sus" músicos no necesitaban pagos adicionales y que nuestra modesta fundación sólo debía poder solventar la venida a Buenos Aires de un técnico en electroacústica del Ircam, ya que por ese entonces componía a menudo obras con este componente.
Tuvimos una discusión con mis amigos sobre las características de la sala que debíamos buscar para realizar este concierto. Algunos optaban por una sala pequeña "para que no queden butacas vacías". Otros, por una sala grande. Gracias a Kive Staiff pudimos contar sin costo con la Sala Casacuberta del Teatro San Martín. Boulez entretanto nos había informado que deseaba incluir una obra de uno de sus alumnos y colaboradores, Philippe Manoury. A los 45 minutos de la puesta en venta de las entradas, las localidades se habían agotado. Alquilamos un circuito cerrado de audio y video anunciando que desde el hall del teatro se podría ver el concierto gratuitamente.
El concierto fue una apoteosis. Las aclamaciones no tenían fin. Pierre tuvo que volver numerosas veces para saludar. Lo fui a buscar y le dije que todavía tenía que acompañarme al hall. No sabía que mucho público, en su mayoría joven, lo esperaba. Cuando llegamos la multitud se puso de pie y en coro se puso a cantar "Bou-lez, Bou-lez". Por única vez lo vi a Pierre con lágrimas en los ojos. De pionero luchador se transformaba en una suerte de estrella de rock.
Nos hicimos muy amigos. Hice numerosos viajes para asistir a sus conciertos en todo el mundo. Viajé a Berlín para participar de los grandes homenajes organizados para sus 80 y 85 años. También al homenaje -ya sin su presencia- para sus 90. Asistí durante siete años a sus cursos y conciertos en la Academia creada por él y para él durante los Festivales de Lucerna. Viajé expresamente a Chicago cuando por un problema de salud su estadía allí prevista para seis días se tuvo que extender a dos meses. Fuimos a conciertos a los que asistía como público en París, Chicago, Baden-Baden... Tuvimos el privilegio de que nos invitara a su casa. En cada oportunidad tenía palabras de admiración para Francisco Kröpfl y para ese inolvidable concierto de 1996 en el San Martín.