Las lecciones del histórico 18-F

En menos de los dos meses transcurridos, 2015 ha dejado dos fechas imborrables para la memoria de los argentinos. Con la sintaxis anglosajona que hemos incorporado a nuestra lengua, se habla y se escribe sobre ellos como del 18-E y el 18-F.

La primera de esas fechas ha mostrado el abismo que puede abrirse para un país cuando la muerte de un fiscal federal, que investigaba el más grave acto de terrorismo cometido en la Argentina, y por cuyas derivaciones diplomáticas se proponía imputar a la presidenta de la Nación, se convierte en un enigma, irresuelto hasta hoy. La segunda jornada excepcional ha sido la gran marcha callejera, con epicentro en Buenos Aires, que movilizó a cientos de miles de personas en todo el mundo a expresar, en silencio conmovedor, el homenaje al fiscal Alberto Nisman y la exigencia de que se esclarezca el trágico hecho de un mes atrás.

En vez de convertirse en un fenómeno disuasorio de la marcha organizada por un grupo de fiscales, la lluvia, torrencial por momentos, potenció entre las gigantescas columnas humanas de Buenos Aires el hartazgo ciudadano por tanta impunidad. Nisman ha pasado a ser el símbolo, para importantes franjas ciudadanas, incluso para aquellas que desconocían la personalidad del fiscal desaparecido, de que el país necesita un cambio copernicano de políticas y de estilos. Un giro de proporciones coherentes con la dimensión de un silencio que se hizo sentir por todo el territorio de la Nación y en ciudades del extranjero.

Fue, desde luego, un acto político. Más que la objetivación del espíritu de un pueblo o conjunto de habitantes sin sentido de organización jurídica en su condición de comunidad de hombres ha sido una demostración ciudadana de compromiso con la República. Una constancia de desasosiego por las propias vidas y por el porvenir de hijos y de nietos; una requisitoria feroz por el respeto de los derechos y libertades del orden constitucional, que caen fatalmente cuando se pierde la independencia de los poderes y la Justicia es un trapo para cualquier barrido de la Casa Rosada.

La consigna del fiscal Julio Strassera en los juicios a las juntas militares por delitos de lesa humanidad, el "Nunca Más" que recorrió como un potente clamor el mundo en los ochenta desde el Cono Sur de América latina, se repitió hasta el cansancio anteayer durante los homenajes populares a Nisman. Ha sido como si después de 30 años de democracia hubiéramos vuelto al punto de partida, sin la alegría de entonces, pero con la fatigada esperanza, que aun alcanza en su vigor, de que en la Argentina se acaben los flagelos de la inseguridad, de la corrupción, de la impunidad y la intolerancia. Constituyó la jornada de anteayer un mensaje para los nueve meses que restan de este período presidencial; también para el período que lo suceda.

El discurso de la Presidenta en Zárate, horas antes de la Marcha del Silencio, dio la sensación de que ella estuviera en otro país, pero no con los pies en tierra alguna; sin sensibilidad para comprender el mundo real. Éste observa con azoramiento la política fantasiosa de su gobierno. Haberse permitido decir, en el tercer acto inaugural, a falta de otras realizaciones, de la planta de Atucha II, que la Argentina no le pone "bombas nucleares a nadie", ha sido una balandronada impropia de la jefa de un Estado que no puede controlar ni sus propios espacios aéreos y exhibe la novedad de que hayan comenzado a robarle de continuo sus avionetas. ¿Qué otros podrían hacerlo, por la vastedad de sus recursos, que las mafias del narcotráfico que se han instalado, con presencia inaudita, en el siglo XXI en la Argentina? La sugerencia, en cambio, sobre nuestro potencial nuclear es todavía más anacrónica y sin sentido que las especulaciones temerarias de los años cincuenta de quien pretendió venderle, más que bombas, tranvías a Perón, el físico austríaco Ronald Ritcher.

El 18-F ha sido por su configuración el acto político más significante de esta centuria. Ha tonificado la voluntad ciudadana de no resignarse bajo ninguna circunstancia a dar por perdidas las esencias republicanas de la sociedad argentina. Ha testimoniado a la comunidad judía en la Argentina que en manera alguna reclama en soledad justicia para el atentado que sufrió hace veinte años con participación externa.

Ha testimoniado a Israel que el país se halla con la misma determinación intacta con la cual estuvo, después de la Segunda Guerra, al lado de los primeros que dejaron constancia legal del reconocimiento de su derecho a existir como Estado soberano. Además, ante la muerte de Nisman y las investigaciones que tenía a su cargo, quedó en implícita evidencia que ese trágico suceso se encuentra concatenado con el Holocausto, que nada tuvo que ver en la Alemania de los años treinta y cuarenta con guerras internas o represalias por vías del terror contra quienes apelaran a iguales métodos, sino con la locura criminal del nazismo de acabar contra una de las etnias pacíficas que poblaron y civilizaron el Cercano Oriente, Europa y América.

La aspiración multitudinaria de los argentinos de encontrarse de una vez por todas con la verdad, y la coincidencia con esa voluntad de una opinión internacional que se ha alineado de un tiempo a esta parte en ese mismo sentido, en vez de alentar la tendencia oficial que produjo aquí la fractura y el desconocimiento de instituciones, partidos y valores, tiene un nuevo terreno ahora sobre el cual trabajar.

En el mes que medió entre dos fechas del año de enorme importancia social y política han comenzado a aparecer, de modo vacilante y hasta contradictorio, es cierto, voces de grave preocupación en el seno del Gobierno por la ausencia de un equilibrio elemental en lo que se dice y en lo que se hace. Sería de desear que aumenten esas voces, sobre todo cuando crecen los síntomas de que la facción más dogmática del kirchnerismo está acelerando los trabajos de zapa contra el único candidato que podría garantizarle, hoy por hoy, al actual oficialismo un papel más o menos decoroso en las elecciones nacionales de octubre.

Si eso ocurriera, la Argentina perdería, por su parte, el elemento más claro sobre la posibilidad de una recuperación del país inmediata al relevo presidencial, el 10 de diciembre, según estiman todos los observadores de la política internacional. Hasta aquí, los tres candidatos principales en puja aseguran, en efecto, un giro de tal importancia en la política exterior argentina como para afirmar que ése sería uno de los puntos de inflexión esenciales para esta Argentina de hoy sin inversiones, sin relevancia internacional, con inflación alta, pérdida de competitividad y descenso del producto bruto interno por debajo de la línea de flotación.

Que uno de los mayores aportes que la Marcha del Silencio y sus ecos reproducidos por el mundo de una masiva representación ciudadana por encima de facciones de cualquier orden, sea su capacidad de estimular una respuesta rotunda a la imploración del papa Francisco por la reconciliación de los argentinos. La coherencia con ese espíritu debería impulsar que los argentinos se hagan cargo de las palabras del Sumo Pontífice de que no puede haber castigos eternos, negadores de la redención de los pecados y reflejos del despreciable espíritu de venganza que consume a quienes lo encarnan..

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