Tras una era de magia y optimismo, los gobiernos “progresistas” de Argentina, Venezuela y Brasil marchan cuesta abajo. Los Kirchner, el chavismo y el Partido dos Trabalhadores no pudieron superar el fin del superciclo de las materias primas y se hunden bajo el peso de los déficits, la corrupción y la disconformidad popular. Tres gobiernos que por mucho tiempo parecieron conocer un atajo hacia el cielo, al fin no toleraron la caída de los precios del petróleo o de los productos agrícolas. Nada nuevo bajo el sol en América Latina, y otra confirmación de que las reglas básicas de la economía son sencillas e inmutables, entre ellas la que dice que nadie puede gastar por mucho tiempo más de lo que gana.
La región suele cumplir ciclos históricos: el de los gobiernos populistas de derecha en las décadas de 1930 y 1940, de Getulio Vargas a Juan Domingo Perón, pasando por Juan Vicente Gómez y Gabriel Terra; el proteccionismo y la “sustitución de importaciones” de los 50 según proponía la Cepal; los experimentos guerrilleros de los 60 a imagen y semejanza de Cuba; las dictaduras militares de los 70; las restauraciones democráticas en los 80; las propuestas neoliberales en los 90 y el populismo “progresista” en el arranque del siglo XXI.
Cristina Fernández se fue de la Casa Rosada en medio de una pataleta, fiel a su estilo, y fue suplantada por un gobierno apegado a la ortodoxia socialdemócrata y liberal. El PT brasileño, que desde 2003 conduce un gobierno más abierto y tolerante que los de Venezuela y Argentina, está acorralado. Si su ciclo ha llegado al fin, como parece, solo se sabrá con certeza en 2018. Antes de eso Dilma Rousseff –que fue reelecta el año pasado– pasará mal, con una economía en picada, escándalos de corrupción por doquier y un mapa político endiablado. Incluso una parte del PT parece dispuesta a abandonarla para salvar el pellejo en las próximas elecciones presidenciales.
El caso más terrible es el de Venezuela, donde el chavismo se desmorona bajo el peso del caos económico y la pobreza. El inefable Nicolás Maduro, derrotado en las legislativas del 6 de diciembre, trata de recuperar la iniciativa y mantener el liderazgo. Los cuadros grises del chavismo, o los militares, pueden sentirse tentados a destituirlo para salvar al menos una parte de sus privilegios, o para evitar una guerra civil.
El realismo mágico de la política venezolana transcurre en medio de un palabrerío infernal. El chavismo estatizó la mayor parte de la economía, que quedó en manos de burócratas, militares y políticos. El resultado fue el habitual en esos casos: ineficiencia, corrupción y escasez. La sobrevivencia se vincula más con el arte de mendigar que con el de producir, pues producir es imposible. El país solo exporta petróleo, poco y mal, y se hunde junto a su precio. El socialismo del siglo XXI ha sido tan malo como el del siglo XX, y parece que terminará igual.
Venezuela es más pobre, más violenta y está más dividida que en 1999, cuando Hugo Chávez asumió el gobierno. Las esperanzas de su gente más sencilla, que se habituó a recibir prestaciones sociales sin contrapartidas, fueron traicionadas.
Mientras tanto, en Argentina puede suceder todo lo imaginable, e incluso un poco más. Néstor Kirchner arribó en 2003 cuando el país emergía a duras penas de una de las peores crisis de su historia. Él y su esposa Cristina Fernández, que lo sucedió en 2007, tendieron al abuso de poder y malgastaron el auge exportador en una enorme trama de subsidios y barreras proteccionistas, al estilo del primer peronismo (1946-1955). Mauricio Macri hereda una economía paralizada y algo peor: un país partido al medio y al borde del odio.
Las economías de Paraguay y Uruguay, los dos socios menores del Mercosur, son más pequeñas y abiertas. Ambos países continúan creciendo aunque a menor ritmo. Vendrán tiempos peores. La supervivencia del Frente Amplio en el gobierno a partir de 2020 dependerá, entre otras cosas, de cuánto se diferencie de sus vecinos, empezando por el control del gasto.
La afinidad ideológica no significó más integración. Los gobiernos “de izquierda” (suponiendo que lo hayan sido) de Venezuela y Argentina incluyeron un nacionalismo cerril y severos controles comerciales y cambiarios. La izquierda latinoamericana seguirá fracasando en tanto crea en las estatizaciones, la burocracia y el proteccionismo.
El Mercosur deberá rehacerse por completo, para que al fin las personas decidan más que los gobiernos y se cumpla su artículo primero: Libre circulación de bienes, servicios y factores productivos entre los países.