La caída salarial en Argentina

Un elemento novedoso de la llamada “década ganada” es la caída del salario real. Caída que lleva a la ruptura de las centrales sindicales con el Gobierno y, junto a otros sectores, a una nueva huelga general. Luego de un ciclo de crecimiento, los salarios se estancan hacia 2009 en el contexto de la crisis internacional para comenzar un franco camino descendente a partir de 2013. Esta baja salarial funciona como elemento de compensación para los capitales locales. Dada su ineficiencia, deben recurrir a fuentes de ganancia extraordinarias. En el contexto de la crisis actual, la caída salarial se presenta como una de esas fuentes de compensación. Para el año 2014, representó el 11% de las ganancias empresarias.

Uno de los reclamos que se levantaron en la jornada de protesta es la derogación del impuesto a las ganancias que opera sobre los asalariados. Su principal función es imponer un techo a la suba salarial. Por tanto, no es un problema exclusivo de los sectores de la clase obrera en mejores condiciones, es un problema para el conjunto de los trabajadores.

Atacar el salario obrero para engordar las ganancias capitalistas no constituye ninguna excepción, se ha constituido más bien en la norma del capitalismo argentino. A nivel de los salarios del conjunto de la economía, la “década ganada” se ubica apenas por detrás de los 90 y bien lejos del nivel alcanzado hacia mitad de los 70 (alrededor del 40%). Más allá de ciertas coyunturas favorables, los salarios no han dejado de caer desde entonces, con el consecuente deterioro en las condiciones de vida. Si se mira en términos internacionales, la caída relativa comienza incluso antes, en la década del 50, cuando el poder adquisitivo del salario de los obreros argentinos empieza a distanciarse cada vez más del de los obreros norteamericanos. Proceso que vino de la mano del rezago de Argentina en el mercado mundial: mientras en 1950 la participación de Argentina en el mercado mundial era del 1,90%, hacia 2013 representaba apenas el 0,44%.

Al mismo tiempo, se consolida una fuerte fragmentación entre los obreros con el crecimiento del empleo en negro, el cuentapropismo de subsistencia, la llamada tercerización y la población desocupada.

Más allá de sus formas ideológicas (de amigos y enemigos del Gobierno), lo cierto es que el ciclo económico expansivo no sólo no revierte esta tendencia, sino que se monta sobre ella. El crecimiento se sostuvo, en primer lugar, sobre la caída salarial producto de la fuerte devaluación de la moneda. Empresas cuyos costos no les permitían competir en el mercado pudieron volver a funcionar pues encontraron en la caída salarial una fuente extraordinaria de ganancia. A esto se sumó la enorme masa de riqueza que entró al país gracias al boom de la demanda y el precio de las mercancías agrarias.

Las ramas que absorbieron mayores contingentes de trabajadores son las de peores condiciones laborales y salariales (construcción, hotelería y empleo doméstico). El empleo no registrado (tanto en el sector privado como en el público) cedió a las cifras alcanzadas en el peor momento de la crisis pero se estancó en torno a un tercio de la fuerza de trabajo ocupada. Lo mismo con los llamados cuentapropistas, que representan un quinto de la población ocupada y en el 90% de los casos tienen ingresos menores a los de los asalariados. El aumento del empleo con persistencia de bajos salarios para la mayor parte de la población se refleja en que, por primera vez en la historia, encontramos trabajadores ocupados registrados, que viven en la pobreza (17% de los considerados pobres en 2014). De allí la importancia cada vez mayor que cobra la asistencia estatal en la reproducción cotidiana de millones de seres humanos.

Lo que hasta ahora se podía ocultar vuelve a ponerse en evidencia. Para enfrentar el problema, no alcanza con enfrentar a un gobierno, es necesario enfrentar a la burguesía, culpable del empobrecimiento general, y a su Estado, representante y cómplice del proceso.

 

*Investigadora del Conicet, miembro del Ceics.

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