El argentino Luis Roldán abandonó su vida en Córdoba y no sabe cuándo volverá. Ya lleva seis meses en Chile, instalado en una cabaña prestada en la localidad de Cochiguaz. Allí espera alguna novedad de su hijo mayor, de 29 años, quien subió el cerro Cancana en enero y nunca regresó. En la soledad del valle de Elqui, acompañamos al padre mientras reconstruye los pasos de Marco y enfrenta sus temores.
por Francisco Siredey, desde Cochiguaz
Flavio Caselli (54) se para de cabeza con dificultad y sus rastas cortas se desparraman por el suelo. Dice que la postura le permite transportarse a otras dimensiones. Desde hace 12 años vive en Cochiguaz, en el valle de Elqui, dedicado a la meditación y a fumar marihuana. “Cada uno va abriendo sus portales con el tiempo. Yo he salido de este mundo, pero siempre estoy despierto para percibir nuevos mensajes”, asegura. Bajo la carpa donde Caselli hace artesanías de metal, Luis Roldán (61) mira la extraña escena con atención. Su rostro va configurando una expresión de molestia, hasta que se levanta de su asiento y se despide. No aguanta más. “Tanto sacrificio durante toda la vida para terminar aquí, escuchando estas cosas, me pone mal”, confiesa el ingeniero mecánico cordobés.
No es primera vez que le ocurre. Desde que llegó a Chile ha tenido que escuchar todo tipo de disparates, justo en el momento más difícil. Lleva casi seis meses en la zona, buscando al mayor de sus tres hijos, Marco, de 29 años, quien subió el cerro Cancana y desapareció el 6 de enero, sin dejar el menor rastro. Las explicaciones de algunos lugareños no se quedan cortas en creatividad. A Roldán le han hablado de extraterrestres, monjes budistas que nunca bajaron de la montaña y hasta de portales dimensionales. Caselli adscribe a esta última teoría y Roldán se ha visto obligado a oírlo, por haber sido una de las últimas personas que compartió con su hijo. También ha conversado con otro excéntrico personaje del pueblo, Hernán “Nano” León (53), un autodenominado “picapiedra” (escultor) que es dueño del terreno donde Marco y su antiguo compañero de departamento, Mario Olivera, acamparon entre el 24 de diciembre y el día de su desaparición.
Aprovechando la cercanía, Roldán decide visitar el último hogar de su hijo. Camina lento por el terreno que León tiene atrás de su casa. Entre un par de arbustos, apunta al lugar donde Marco instaló su carpa. Con cada paso, parece estar rehaciendo el camino para dilucidar qué pasó. Como nadie le ha dado explicaciones creíbles, Roldán registra cada detalle para armar diversas conjeturas. “Ojalá pudiera sentir su energía, conectarme con él como para entender esto. Parece que me he vuelto un poco místico”, comenta, con un dejo de ironía.
León recuerda que Marco se iba a bañar al río Cochiguaz todos los días. Aunque ya ha estado allí, su padre va hacia la orilla otra vez y se sienta sobre una piedra a ver el agua correr. Pasan varios minutos y, finalmente, se entrega con solemnidad a la pena. Tras secarse las lágrimas, Roldán plantea su paradoja: “Este lugar es un paraíso natural, pero ya no podemos disfrutarlo. Estamos en el infierno”.
Olivera llamó a Córdoba cerca del mediodía del 8 de enero para avisar que su amigo Marco llevaba casi dos días extraviado. Después de reprenderlo, Roldán informó la situación a sus otros dos hijos, Iván (27) y Cristián (24), pero esperó a que su esposa, Cándida Guzmán, llegara a casa para decirle. No quería darle tan mala noticia por teléfono, y menos cuando ella estaba pasando por problemas al corazón. Pese a la desesperación inicial, decidieron partir a Chile de inmediato, un viaje que en principio tenían proyectado para una semana después, con la idea de ver a Marco por última vez antes de que siguiera al norte. Su aventura mochilera podía extenderse hasta por un año.
Cruzaron por el paso de San Juan y llegaron a Cochiguaz después de 1.100 kilómetros en auto. “Fue un viaje horrible, con muchos temores. Me acuerdo y se me ponen los pelos de punta. Pensábamos en lo peor”, relata Roldán.
La madre no aguantó el impulso y, apenas salió del vehículo, comenzó a caminar hacia el cerro, pese a la negativa de carabineros. De cerca la siguió su hijo Iván, para asegurarse de que no le pasara nada malo. Tras hablar con Olivera y el mayor Ismael Maldonado, Roldán recabó el grueso de la información que hasta el día de hoy conoce sobre la desaparición de Marco. “La investigación se fue relajando, lo que refleja una falta de profesionalismo de parte de Carabineros”, critica el argentino.
-“La presencia de Marco en el cerro se descartó. Estuvimos 31 días en Cochiguaz y no encontramos nada. Esto es un enigma policial completo”, sostiene el mayor Maldonado.
“Nadie puede asegurar que no esté allí”, replica el subcomisario de la Brigada de Ubicación de Personas (Briup) de la PDI, Oscar Bacovich. “Pero es cierto que hasta ahora no hay ningún antecedente, por lo que es un caso de alta complejidad”, agrega el jefe de la investigación, que se jacta de tener un 94% de efectividad en casos de presunta desgracia como el del veinteañero cordobés.
En concreto, los dos argentinos entraron a Chile desde Mendoza el 24 de noviembre. Asistieron a un encuentro de meditación Vipassana en Putaendo, que duró varios días. Luego visitaron Valparaíso, Los Andes y Santiago. El 21 de diciembre llegaron a La Serena y al día siguiente se fueron a dedo hasta Pisco; el 23 enfilaron hacia Cochiguaz y pasaron la noche en la casa abandonada; el 24 se instalaron donde “Nano” León para evitar un camping tradicional y ahorrar dinero. Inmediatamente, buscaron trabajo. Cortaron uvas en los viñedos pisqueros y ayudaron a organizar una fiesta con fuegos artificiales para Año Nuevo.
Nadie notó nada extraño en Marco por esos días, o nada que indicara un deseo de alejarse voluntariamente. Había dejado su trabajo en IBM como ingeniero en sistemas, se había vuelto vegetariano y desarrollado una profunda espiritualidad, pero toda su familia conocía ese proceso.
“El siempre soñó con vivir fuera del sistema, pero estaba muy feliz con su viaje y jamás hubiera hecho algo para hacernos daño”, comenta su pareja, Fara Orosco, desde Córdoba.
El día anterior a la desaparición, los dos argentinos conocieron al modelo francés Frederic Deltour (31) en el terreno de León. El viajero galo hizo buenas migas con Marco desde el comienzo, pues también practicaba meditación. Juntos acordaron subir el Cancana. Olivera trató de seguirlos, pero no aguantó el ritmo y se devolvió antes del mediodía. Deltour volvió solo un par de horas después y dijo que Marco se había quedado arriba sacando fotos. La última imagen del joven cordobés quedó registrada a las 12.58 en la cámara de Deltour, de acuerdo a datos de la PDI, cuyos funcionarios viajaron a Colombia para interrogarlo.
Sin recursos ni ganas de continuar, Olivera volvió a Argentina un par de semanas después. Actualmente está con tratamiento siquiátrico y sin autorización médica para venir a declarar, por lo que la fiscalía está realizando los trámites para que la PDI viaje a Córdoba. “Seré el primero en colaborar, pero lo que estoy pasando no se lo doy a nadie en el mundo. No puedo dar vuelta la página”, manifiesta el amigo de Marco, quien recuerda vívidamente sus últimas palabras. “Nos vemos arriba”, le oyó decir.
La familia Ahumada, dueña del Parque Río Mágico, desde el 6 de enero les facilitó a los Roldán una cabaña con un pequeño altar en su interior. Junto a las velas, la Biblia y las tarjetas de San Expedito están la bolsa con la ropa que dejó Marco y su retrato. Su padre recoge el cuadro y lo guarda en una mochila para llevarlo al cerro. Ha decidido que subirá hoy, 21 de junio, y no el 25, la fecha en que su hijo cumplía 30 años, porque el fiscal Gálvez lo ha citado a reunión en Vicuña.
Roldán se quedó solo en Chile a mediados de abril, cuando su esposa y su hijo Iván regresaron a Argentina. “Yo se lo pedí, porque estaba pasándolo muy mal. Lloraba todo el día. Creo que allá está más tranquila”, argumenta. Para darle incluso más calma, Roldán hizo un viaje de dos semanas por el norte de Chile, Perú y Bolivia en busca de Marco, motivado por las predicciones de tres videntes recomendadas por amigas de su esposa. Aunque la falta de rastros indica que su hijo no está en el cerro, durante esa expedición sintió que lo estaba abandonando. Entonces se dio cuenta de que no podrá retomar su vida sin antes encontrar respuestas, pese a que sus jefes en la Universidad Tecnológica Nacional esperan que vuelva pronto. Y se instaló en el valle de Elqui.
Como si los años no le pesaran, Roldán escala el Cancana a gran ritmo, sólo apoyado por un palo que le sirve de bastón. Conoce bien el camino. Entre los matorrales secos y las piedras, se guía por la bosta de los caballos que suben y bajan por el cerro. Es su octavo ascenso y, probablemente, el último hasta que llegue la primavera, pues las bajas temperaturas le agregan dificultad en invierno.
Cuando se acerca a la línea de los tres mil metros (el cerro tiene 4.200), Roldán asegura que empieza a percibir la energía de su hijo. Luego, suelta varias veces el mismo grito: “¡Marcoooooooo!”. El eco casi inexistente. Nadie responde. Sin embargo, esa falta de respuestas le da un mínimo margen al milagro. “La incertidumbre es terrible, pero nos permite mantener una ilusión”, confiesa. Al regresar a la cabaña, retira el retrato de la mochila, lo besa y lo deja en el improvisado altar. Todo sigue en el mismo lugar. S