Si la FIFA fuera la oscura, infranqueable y eficiente organización de hasta hace unos meses, la Argentina bien podría temer por su presencia en las eliminatorias para Rusia 2018.
¿Exageración? Durante años el hoy mortecino Joseph Blatter se cansó de advertir a gobiernos de medio mundo acerca de los peligros de la "injerencia de la política en el deporte". Lo de advertencia es un recurso elegante, más claro sería hablar de chantaje.
Cada vez que un gobierno intentó meterse con una federación de fútbol -la AFA es un monumento a la insensatez, pero no el único-, la reacción de la FIFA fue la misma: amenazar con la suspensión de la asociación. Sin una asociación en funciones, los equipos del país no pueden jugar. Sin jugar no hay Mundial.
"¿Es la FIFA un Estado dentro del Estado?", se preguntó alguna vez un ministro del Interior peruano, sencillamente alucinado ante la impotencia de su gobierno frente a los jefes de Zurich.
La pregunta podría haber sido otra. ¿Existe el gobierno suicida, el gobierno dispuesto a asumir el costo de dejar a su selección fuera del Mundial? No. Y con esa ventaja jugó siempre la FIFA.
Que la política se metió de lleno en la AFA es evidente desde hace años, pero ya obscenamente claro en las últimas semanas. Tanto el poder actual como el futuro, porque cuando Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa se entregaron en vivo a Marcelo Tinelli, no sólo buscaban votos; también intercambiaban favores. Presentes y futuros.
El "que jueguen todos", la presencia activa de La Cámpora y las gestiones febriles de asesores de los presidenciables en medio del drama de las inundaciones fueron marcándole rumbos a la AFA. Es una Argentina con suerte: la ayuda el FBI. Aquello de la no injerencia de la política en sus asociaciones no es precisamente lo que desvela hoy a la FIFA..