Miguel Bonasso, antiguo montonero, escritor bien conocido en nuestra tierra y diputado en Argentina hasta 2011, clavó una larga definición de la que extraigo únicamente uno de sus apartados: «El terrorismo de Estado es vergonzante, porque siempre está atrapado en la misma contradicción: debe difundir sus prácticas más crueles y aberrantes para generalizar el terror y asegurar la dominación pero debe, al mismo tiempo, negar su autoría para no transgredir las normas jurídicas internas e internacionales que aseguran, en teoría, el respeto a los derechos humanos».
Más lacónico, aunque igualmente reconocible, fue la definición de aquel ministro francés de infausto recuerdo, Charles Pasqua, por cierto imputado, como tantos otros, por numerosos casos financieros y condenado a prisión en dos ocasiones. La reflexión de Pasqua la guardamos para estas oportunidades: «La democracia termina donde empieza la razón de Estado».
Desde los primeros atentados contra librerías que tuvieron el coraje de exhibir textos y autores malditos (seis en 1975), hasta hace bien poco, las acciones parapoliciales en Euskal Herria han sido más de 1.500. Acciones reivindicadas por grupos con nombres salidos de cloacas y despachos oficiales. La mayoría impunes. Películas, documentales y trabajos en profundidad nos han recordado algunas de ellas, recientemente.
La memoria, sin embargo, es frágil. La manipulación enorme. Por eso, todas estas monografías tienen el valor de refrescarnos el pasado, para recuperar la línea del tiempo y ahondar en que las injusticias se expanden con mayor velocidad que la información en la era digital. Por eso, quiero aportar unas cuantas líneas a este acopio de recuerdos inacabados cuyo puzzle jamás podremos componer. Son tres, pero podían haber sido 33 o 333. De ahí el título.
Uno. Del Batallón Vasco Español (BVE), antecesor del GAL, contemporáneo de la Triple A, y continuador de aquellos Guerrilleros de Cristo Rey (la iglesia católica protestó por este apelativo y llegó el cambio), se han dibujado textos hasta la saciedad. Actuaron en la época de Adolfo Suárez, hoy nombrando al aeropuerto madrileño. A Suárez le concedieron la Orden Imperial del Yugo y las Flechas, en 1975, y el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, en 1996. En España los franquistas (fascistas), lo saben, se metamorfosearon en demócratas.
La revista «Zer Egin», en su número 147, publicaba el organigrama del BVE, sobre la base de las declaraciones de un detenido ultraderechista, Rogelio González Medrano. Declaraciones que también fueron reproducidas por «El País». En el organigrama, de 1981, aparecía como mercenario el sacerdote Esteban Munilla, hasta 2012 director de Radio María y desde entonces delegado episcopal en la diócesis de Donostia.
Su hermano José Ignacio es, en la actualidad, el obispo de la misma diócesis. Ambos se han destacado, en los últimos tiempos, en ofrecer tantas perlas informativas sobre temas como el aborto, los presos o la situación política, que su análisis sería suficiente como para entrar de lleno en lo qué supone la razón de Estado (nuevamente Pasqua) y el protagonismo histórico de sus actores. Cada época, en esta estrategia, tiene sus mecanismos.
Y no es que tenga una fijación contra la iglesia, como me lo reprochan algunos lectores. O quizás sí. Pero es que no puedo menos que sorprenderme cuando más de treinta años después de la nota de «Zer Egin», el hermano del citado, es decir el obispo, se larga con una como ésta: «Cayó el mito de la profecía marxista, está herido de muerte el de la psicología freudiana, la crisis actual de natalidad reduce a mero alarmismo el mito malthusiano, ahora le toca el turno a Darwin». ¿Seremos condenados al fuego eterno por pensar que a la jirafa se le alargó el cuello para llegar a las ramas más altas del árbol? ¿En vida o tras la muerte?
Dos. Otra del BVE, cuya primera pista me la dio el Informe del Gobierno Vasco sobre víctimas de vulneración de Derechos Humanos, de 2009. El 20 de septiembre de 1979, Pierre Goldman fue muerto en París, en un atentado reivindicado por una asociación policial. El sicario que se encargó de su ejecución fue Jean-Pierre Maïone. Durante la Segunda Guerra mundial, Goldman, de origen judío, había sido resistente. En 1967, integrado en un regimiento de paracaidistas, desertó, refugiándose en la Cuba de Fidel Castro. Un año después se integró en la guerrilla venezolana y en 1969 fue detenido en París, después de un atraco. Condenado, su caso fue revisado y salió de prisión, absuelto, en 1976.
Sin embargo, en abril de 2006, el policía Lucien Aimé Blanc hizo unas sorprendentes revelaciones al diario «Libération»: «Fue mi confidente, Jean Louis Maïone, quien se cargó a Pierre Goldman, me lo reconoció posteriormente. Maïone me dijo que el asesinato había sido ordenado por los españoles, ya que Pierre Goldman simpatizaba con la causa vasca y pensaba crear un grupo armado que atentase contra las organizaciones antecedentes del GAL (Triple A, Guerrilleros de Cristo Rey y Batallón Vasco-español). Varios delincuentes marselleses, bajo las órdenes de los españoles y con la aquiescencia de los servicios secretos franceses, se encargaron de eliminar a Pierre Goldman».
Goldman había tenido relaciones con los polimilis, en el intercambio y tráfico de armas, hecho conocido por la Policía francesa. La hipótesis del BVE cobró fuerza y llevó a una contraofensiva del Gobierno español que llegó a propagar falsas noticias, enturbiando el asunto y achacando a ETA su propia implicación en el crimen, como había sucedido con los casos de Pertur y Lasa y Zabala. A favor de la tesis de los servicios españoles estuvieron varios hechos, entre ellos el que los asesinos de Goldman, según relataron los testigos, hablaban en castellano y que el sicario Jean-Pierre Maïone pertenecía al grupo de la OAS que nutrió al BVE. Maïone fue asesinado el mismo día que salió de prisión, el 13 de junio de 1982, tres años después de su detención. Nunca se conocieron sus asesinos. Maïone había declarado poco antes que él mismo había participado en la «eliminación física de varios miembros de ETA».
Tres. La última del BVE. Los medios españoles han destacado en los últimos años que el atentado contra Argala, en diciembre de 1978, lo preparó un agente del CESID al que llamaban «Pedro, el Marino». Algunos de estos medios dejaron entrever que la identidad de este capitán era en realidad la de Pedro Martínez. Hasta wikipedia en inglés, no así en castellano que ni lo nombra, se hace eco de esta supuesta identidad del agente, a quien «El Mundo» (2003) le puso el sobrenombre de «Leónidas». Patrañas.
En abril de 1978, unos meses antes del atentado contra Argala, un equipo policial dirigido desde Interior en la época de Martín Villa, intentó acabar en Argel con la vida de Antonio Cubillo, líder independentista canario. El sumario es farragoso, extenso y con nombres, lugares. La implicación de Interior era tan evidente que en 2003 la Audiencia Nacional ordenó al Estado indemnizar a Cubillo.
En aquel sumario aparece «Pedro el Marino». Su identidad: Juan Manuel Rivera Urruti, oficialmente destinado en el buque Villa de Bilbao, con sede en Canarias. «Cambio 16» publicaría, en 1985, una fotografía de Jean Pierrre Cherid, verdugo de Argala, junto a Rivera, en un aeropuerto mediterráneo. Rivera perteneció a los Servicios Marítimos de Guinea Ecuatorial, cuyo responsable precisamente había sido Carrero Blanco, «director general de las plazas y provincias africanas». Pero lo sorprendente del caso de Cubillo, relacionado con Argala y con Rivera, lo cuentan Concepción Francisco y Federico Utrera en su libro reciente «Canarias, secreto de estado». Hay un canario implicado en el sumario de Cubillo, el inspector José María Escudero Tejada, colega por cierto de Billy el Niño (Antonio González Pacheco), imputado por la jueza argentina María Servini.
El nombre de Escudero Tejada no les dirá nada. Por eso escribimos, para recordar, entre otras cosas, la verdad. En julio de 1976, cuando los servicios españoles secuestraron a Pertur en Behobia, un informe de la dirección Polimili fue tajante: acusaron a tres policías del mismo. Entre ellos a Escudero Tejada. Ahora, gracias al sumario y al libro citado, hemos sabido de su relación con otro desconocido, también funcionario del estado, Juan Manuel Rivera.
Han sido tres breves evocaciones. Pero podrían haber sido treinta y tres. O trescientas treinta y tres. La verdad aún nos es desconocida.