Por Leonardo M. D'Espósito
Ayer por la mañana falleció en Buenos Aires la actriz Cipe Lincovsky, uno de los nombres más importantes de la escena nacional. Tenía 85 años y su carrera es de esas difíciles de abarcar con la mención de dos o tres títulos exitosos. Lincovsky representó, en gran medida, un puente entre el teatro contemporáneo europeo y la escena argentina. Es cierto que su trayectoria también incluyó el cine y la televisión, pero sin dudas fue en las tablas donde quedó establecido su legado mayor.
Nacida en 1929, Lincovsky fue parte de la riquísima tradición del teatro y el espectáculo de la comunidad judía en Buenos Aires y una de esas personas que hicieron del teatro IFT un núcleo de ideas que irradió toda la escena porteña. Uno de los lugares comunes más asociados a su carrera es aquel que la vincula con la obra de Bertolt Brecht y, como en todo lugar común, hay algo de verdad, mucho en este caso. Desde sus inicios a principios de la década del ’50, la actriz fue una especialista en la obra del dramaturgo alemán, con obras capitales como Madre coraje. Después de recorrer grandes clásicos y grandes textos contemporáneos (fue quien trajo aquí, por ejemplo, la obra de Edward Albee ¿Quién le teme a Virginia Woolf?), desarrolló una amplia experiencia internacional. En los años ’60 fue parte del mítico Berliner Ensemble creado justamente por Brecht, y desarrolló una larga amistad con la viuda del dramaturgo, directora de aquel elenco, Helene Weigel. Esa experiencia terminó de moldear su estilo que se caracterizaba por el gesto fuerte y la voz con carácter, al mismo tiempo que cierta distancia respecto del texto. El espectador, como corresponde a la tradición del teatro épico, veía tanto al personaje como a la actriz, tanto el resultado del artificio como el artificio mismo. No es una característica frecuente en los intérpretes, y Lincovsky fue, quizás, quien mejor manejó ese registro. De allí la verdad del lugar común.
Al mismo tiempo era una artista versátil. Actuaba, es cierto, pero también podía recitar, cantar y jugar a la comedia. En ese aspecto fue pionera en esa clase de espectáculos que, desde fines de los ’60 y hasta principios de los ’70, se llamó café concert, una forma personal y poética del viejo teatro de variedades desde el unipersonal. Lincovsky no impuso el término sino que continuó con la tradición alemana utilizando la palabra kabaret, y sus espectáculos fueron notables y marcaron un rumbo nuevo dentro de la escena argentina. La estética del fragmento y del episodio encontraban una forma cohesiva y coherente centrada en la actriz.
En esos primeros años ’70, además, la intérprete, que ya había actuado en cine en varios papeles secundarios de carácter, tuvo un despegue notable. Fueron años, especialmente 1974, donde las películas argentinas experimentaron un renacimiento notable y donde abundaban los éxitos. Dos filmes son especialmente notables respecto de la actriz: Boquitas pintadas (adaptación de la novela homónima de Manuel Puig, por Leopoldo Torre Nilsson) y Quebracho (drama social de Ricardo Wullicher), ambas de 1974 (ese mismo año, además, tendría un pequeño gran papel en La tregua, de Sergio Renán). En el primero mostraba sus dotes para el melodrama y la picaresca como una de las amantes del personaje de Alfredo Alcón y lo hacía todo en la misma escena (ver el encuentro con la hermana del protagonista). En Quebracho, como la esposa abnegada del sindicalista que interpreta Lautaro Murúa, era realmente un personaje brechtiano.
Lincovsky sufrió, como muchos artistas argentinos, la persecución de la Triple A, y dejó el país entre 1975 y 1980. Su carrera internacional es impresionante y trabajó con figuras como Vittorio Gassman y Liv Ullman –con quien además mantuvo una larga amistad y trabajó en el cine–, y recorrió Europa junto con el bailarín argentino Jorge Donn con el espectáculo Nijinsky, un éxito enorme también en las carteleras porteñas.
En la televisión, el grueso de su trabajo lo desarrolló en la década de los ’60 con ciclos unitarios como Las grandes novelas, Alta comedia o Teatro como en el teatro, más apariciones especiales en los años ’80 y ’90 en diferentes ciclos. Premiada donde fuere, su legado queda en el teatro nacional. Con justicia, sus restos son velados en el teatro Cervantes.
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