El respaldo del presidente Tabaré Vázquez a Daniel Scioli, así como el de su predecesor José Mujica, refleja la esperanza de que pueda empezar a recomponerse la armonía rioplatense y el intercambio comercial, luego de 12 años de hostilidad kirchnerista, si el gobernador de la provincia de Buenos Aires se convierte en el próximo presidente argentino. Pese a ser el candidato del oficialismo, el favorito en la elección del 25 de octubre se declara mejor dispuesto hacia Uruguay que el matrimonio Kirchner. Pero genera reservas razonables la compleja estructura política de Argentina y las condiciones en que Scioli asumiría el poder si gana la elección.
El excampeón de motonáutica, deporte que le costó perder parte de su brazo derecho, muestra una personalidad más conciliadora que la de Néstor Kirchner y de su cónyuge y sucesora, Cristina Fernández. Incluso ha tenido diferencias profundas con la presidenta, que lo mantuvo a distancia durante buen tiempo antes de que finalmente ganara la candidatura del oficialismo. Pero es prudente tener en cuenta que Scioli fue vicepresidente de Néstor Kirchner, aunque con un poder acotado, en los años en que el entonces presidente acogotó el intercambio de personas y bienes durante los años de cierre de los puentes fronterizos.
Por otra parte, su autoridad, si gana la elección, puede estar limitada por el entorno manipulado por la zarina argentina. Le impuso como candidato a vicepresidente a Carlos Zannini, uno de sus más fieles lugartenientes. Y tanto en el Parlamento nacional, donde el oficialismo probablemente siga teniendo mayoría relativa, como en muchas provincias seguirá incidiendo la influencia de la actual presidenta, quien con seguridad continuará ejerciendo peso en la vida política del país.
En la otra cara de la moneda, además de la aparente empatía con Vázquez, con quien se había reunido en dos oportunidades previas en Buenos Aires y Colonia, así como con Mujica, están los compromisos que Scioli asumió en Montevideo el martes, al ser recibido por nuestro presidente. Aseguró que, entre otras muchas acciones, empezará a liberar el ingreso de nuestras exportaciones, derrumbado por el proteccionismo kirchnerista, y atenuará las restricciones portuarias impuestas por Argentina y sus dilaciones en el dragado fluvial, hechos todos que han castigado duramente la economía uruguaya.
Scioli afirmó que “la complementación” con nuestro país será prioritaria en su agenda si gana la Presidencia, porque existe “una gran afinidad personal y política” con el gobierno de Vázquez que facilitará las coincidencias. Pero existe siempre un camino incierto entre las palabras y los hechos. No hay motivos para dudar de las buenas intenciones de Scioli. Que se traduzcan, sin embargo, en el restablecimiento de las tradicionales relaciones armónicas entre los dos países, fragmentadas por la arrogancia autoritaria de los Kirchner, depende de dos factores. El primero es, obviamente, que gane la elección, lo cual dista de estar asegurado. El segundo es que, si se convierte en el próximo presidente argentino, pueda escapar al poderoso cerco del cristinismo, que no cederá fácilmente los resortes del poder que hoy controla en forma autoritaria y sin resquicios. Solo si así fuera y Scioli ejerciera plenamente la autoridad presidencial si triunfa en la elección, asumiría justificación el apoyo esperanzado que le ha extendido Vázquez.