Esa persistente añoranza del pasado

Raúl Alfonsín terminó de leer el primer párrafo del discurso preparado para la ocasión, miró a Ronald Reagan sin ocultar el desdén, dobló las hojas con el texto ya inservible, las guardó en su sobretodo y empezó a improvisar. "Al lado de la esperanza está también el temor en América Latina. El temor que nace de comprender que hay expectativas insatisfechas en nuestros pueblos. Que las democracias han heredado cargas muy pesadas en el orden económico. Que una deuda, que en mi país casi llega a los 50 mil millones de dólares y en América Latina es de alrededor de los 400 mil millones, conspira contra nuestra posibilidad de desarrollo, de crecimiento y de justicia. Esto es, señor presidente, una de las grandes diferencias entre nuestros países.”

Era marzo de 1985 en los fríos jardines de la Casa Blanca y el presidente estadounidense había cambiado a último minuto su discurso, en el que iba a exaltar el valor de las democracias, y lo remplazó con un panegírico a favor de "los combatientes de la libertad", como le gustaba llamar a los "contras" que intentaban socavar la revolución nicaragüense. Alfonsín no toleró la mojada de oreja y dejó clara la postura argentina contra la intervención estadounidense en Centroamérica, además de los cuestionamientos a las políticas económicas que llevaron a la región al endeudamiento extremo.

Catorce años después, en 1999, Carlos Menem cerró su última visita como presidente a los Estados Unidos bailando tango con la primera dama, Hillary Clinton. Ya había pasado su versión sui generis del “God bless you, mister presidente, and god bless America", balbuceada en su inglés con tonada riojana. Más tarde jugó al golf con George Bush padre e hijo. Lo acompañaban Domingo Felipe Cavallo y Guido Di Tella, el mismo de las relaciones carnales y los peluches para los kelpers. El menemismo llevó al paroxismo los vínculos con los Estados Unidos, al punto de participar de la coalición que lideró Washington durante la Guerra del Golfo, algo a lo que no se había atrevido ni siquiera la más sangrienta dictadura que asoló esta tierra y que adoptó con fervor religioso los preceptos de Washington.

Después de la participación de dos fragatas misilísticas y 450 marinos en ese conflicto, la Argentina se transformó en el único país del continente –luego se le sumarían los Estados Unidos– en sufrir atentados terroristas en su territorio.

El miércoles pasado, en su participación en la Asamblea General de las Naciones Unidas, y también en el Consejo de Seguridad de ese organismo, la presidenta Cristina Fernández recordó los atentados a la embajada de Israel en Buenos Aires y la sede de la AMIA.
La presidenta repasó las críticas a su gobierno luego de la firma de un memorándum de entendimiento con la república islámica de Irán para intentar avanzar en la investigación de la voladura de la mutual judía y se preguntó qué dirán hoy esos detractores cuando se conoció que los Estados Unidos negociaba con el gobierno iraní en medio del conflicto con ISIS.

El argumento de la cuestión local le sirvió a Cristina Fernández como punto de partida para exponer ante el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, que presidía el Consejo de Seguridad de la ONU, sus dudas respecto de los mecanismos de combate al terrorismo que aplicaba ese país.

La presidenta repasó entonces las reiteradas oportunidades en la que Washington armó rebeldes para intervenir militarmente en el Medio Oriente, rebeldes que terminaron luego transformándose en grupos terroristas a los que Estados Unidos combatió en guerras posteriores. Entre los ejemplos enumeró la situación de los freedom fighters (sí, otra vez los luchadores de la libertad) de la Primavera Árabe que hoy integran masivamente las filas de ISIS.

Antes, en la Asamblea General de la ONU, Cristina calificó el accionar de los fondos buitre como "terrorismo económico" y denunció la complicidad de la justicia de los Estados Unidos con esos mecanismos de desestabilización de la economía argentina.
Hay en esa parábola de casi 30 años entre aquel acto de rebeldía de Alfonsín en la Casa Blanca (que sin lugar a dudas tuvo sus costos) y este pronunciamiento frontal de Cristina Fernández contra la política de combate al terrorismo de Washington, más de un punto en común. La intervención de los Estados Unidos en la política interna de los países y su vínculo con la deuda que durante décadas marcó el ritmo de la economía nacional están presentes en ambos mensajes, los dos cara a cara con presidentes estadounidenses.

Ambos buscaron, a su manera, retornar a la tercera posición que supo prohijar el general Juan Perón para buscar un equilibrio alejado de los ejes de poder dominantes. Menem fue la contracara de esa tradición del peronismo y se rindió a los pies de la potencia mundial sin condiciones.

Hay en algunos sectores de la oposición una persistente añoranza por aquellos días en los que el sometimiento político y económico era explícito. A coro, Mauricio Macri y Sergio Massa cuestionaron las críticas de la presidenta a la política exterior de los Estados Unidos. El jefe del PRO ya había planteado en varias oportunidades pagar a como diera lugar la sentencia del juez de Nueva York, Thomas Griesa, a favor de los fondos buitre.

No importa que el magistrado haya tenido que retroceder una vez más en chancletas esta semana, cuando tuvo que autorizar al Citibank a pagar el próximo vencimiento de bonos bajo legislación argentina que antes había impedido. No importa la impresionante ola de respaldo político, económico y social que recibe la posición argentina de manera incesante.

Está en lo más profundo de la convicción ideológica la necesidad de alinearse sin cuestionamientos con el poder central, con todo lo que ello implica: el regreso a las políticas que marca el Consenso de Washington con su carga de endeudamiento, achicamiento del Estado, destrucción del aparato productivo y entrega del patrimonio nacional. Que no hay forma de plantarse ante los poderosos, aunque más no sea para decir que no se está de acuerdo con algo tan simple como la intervención en la vida interna de los países y que el multilateralismo es la alternativa democrática a la figura del gendarme del mundo.

En ese conflicto está quizás uno de los desafíos centrales que enfrentará la Argentina en la próxima ronda electoral. Durante años, los representantes de la derecha se declararon derrotados frente a la construcción de sentido del kirchnerismo. Habrá que ver si tres períodos constitucionales de gobierno de una misma fuerza política alcanzan para evitar un regreso a la Argentina pendular. O si, por el contrario, asistiremos a partir de 2015 a un nuevo festival de relaciones indecorosas. 

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