En los umbrales del cambio

Rogelio Alaniz

A Scioli se le atribuye, entre otras habilidades ser un aceptable jugador de ajedrez, según las ecuánimes opiniones de Duhalde. Si esto es así, el hombre está en condiciones de advertir sin demasiados esfuerzos que los aviesos acontecimientos de la política le han dado jaque mate. Faltan veinte días para las elecciones y Scioli no está en condiciones de mover al rey. Cualquier jugada que intente hacer se bloquea a sí misma. Si toma distancia de los K pierde las elecciones, si se acerca ellos las pierde también; si se queda callado lo pasan por arriba, si habla lo pasan por abajo. Jaque mate.

Hay otras posibilidades. Que renuncie Scioli y lo deje competir a Zannini. Si así fuera el pronóstico electoral no podría ser más sombrío: menos votos que Rodríguez Saá. La inversa es la otra posibilidad a evaluar: renuncia Zannini y Scioli reinicia la competencia sin ese lastre pero sin los votos K. En cualquiera de los casos, la derrota sin atenuantes los aguarda al final del camino. Por último queda la posibilidad de seguir como hasta ahora, con el agregado de una catarata de promesas. Me temo que llegan demasiado tarde. Sobre las nuevas promesas el problema que se les presenta es que la gente no les cree y, lo que es peor, ni ellos mismo creen en ellas. Lo siento por ellos, pero los muchachos han hecho todos los méritos para arribar a este ruinoso y patético final.

¿Por qué patético? Porque no se me ocurre otra manera de calificar a una fuerza política que en nombre de la causa nacional y popular lleva como candidato al dirigente que expresa exactamente lo contrario que ellos dicen defender, si le vamos a creer a los muchachos de Carta Abierta, a la venerable Hebe Bonafini y a la propia Señora que nunca perdió ocasión de humillarlo.

Patético, porque después de doce años de ejercicio absoluto del poder el candidato llamado a heredar la causa nacional y popular resulta ser la más perfecta invención menemista, algo que después de todo no debería llamar demasiado la atención, habida cuenta de los arrebatadores amoríos que los espadachines de la causa K sostuvieron con la Comadreja de Anillaco. Corrijo. Sostuvieron y sostienen, porque dicho sea de paso, el riojano no está entre rejas gracias a la discreta y cálida complicidad K.

Patéticos y farsantes. Pregonan valores antagónicos con sus verdaderas creencias. Hablan de los pobres pero el lugar preferido para residir es Puerto Madero; critican a los ricos, pero sus jefes son multimillonarios y no por herencia o trabajo sino por robo y saqueo; ponderan los beneficios de la productividad pero sus negocios preferidos son la timba, la especulación inmobiliaria y financiera; hablan contra la dictadura pero cuando gobernaban en Santa Cruz anularon en las escuelas la fecha 24 de marzo impuesta como efeméride para recordar el golpe de Estado y lo hicieron por la sencilla razón de que querían conquistar el voto de los militares y sus familiares; hablan de los derechos humanos pero cuando defenderlos era necesario e implicaba un riesgo no fueron capaces de presentar un hábeas corpus por los detenidos. ¿Dónde estaban los dirigentes de Cambiemos en los años noventa?, pregunta la Señora. No lo sé, pero sí sé dónde estaban Ella y Él en los tiempos de la dictadura.

Farsantes. Farsantes desenmascarados. Tal vez haya sido esa condición de farsante la que explica que la candidatura de Scioli se haya impuesto. Cuando la historia se eriza y las conductas políticas son retorcidas suelen pasar estas cosas. Scioli, de una manera oblicua, pérfida pero real, de alguna manera los representa, es el espejo que les revela el rostro que ellos no quieren ver, que a algunos les espanta ver, pero que es el propio, el que han sabido construir.

Tal vez así se explique por qué Scioli sigue siendo el dirigente que cosecha más votos incluso ahora. Recordemos simplemente que el hombre le ganó al Morsa, a Kicillof, a la señora Alicia K y al benemérito Máximo. Resignarse o aceptar. Los K no tienen otro candidato que no sea Scioli. Porque ese es el precio a pagar cuando se mantiene con la realidad del poder una relación entre histérica e esquizofrénica, es decir, enferma.

El pasado domingo, Macri no sólo achicó las diferencias al mínimo y María Eugenia Vidal derrotó al Morsa, el candidato de oro de la Señora, sino que la movida incluyó que el humor social, lo que se llama el voto emocional, se volcara decididamente para el lado de Macri. Se invirtió la relación: antes del domingo el ganador era Scioli; ahora lo es Macri y no hay razones previsibles para que no lo siga siendo hasta el 22 de noviembre.

Por su parte, Scioli a esta altura no está en condiciones de sumar votos de ningún sector social significativo, mientras que Macri ya disfruta de los beneficios que otorga el aura de ganador. Massa y De la Sota, al respecto, han sido explícitos hasta donde se puede ser en estas circunstancias: “No queremos que gane Scioli”. ¿Hace falta decir algo más? Imagino las respuestas: los votos no son de nadie. Verdad a medias, porque si bien es cierto que cada votante es dueño de elegir lo que mejor le parece y de cambiar su voto cuantas veces se le ocurra, alguna relación mantiene ese votante con los dirigentes. O sea que esto es así, pero no es tan así. Los votos responden a una cierta lógica y a una cierta tendencia, y si bien los dirigentes no son dueños de los votos, tampoco son tan ajenos a ellos, porque, si así no fuera, hasta la condición de dirigente debería ser puesta en tela de juicio.

Los votos a Massa se van a inclinar mayoritariamente hacia Macri y algo parecido ocurrirá con los votos de Stolbizer. Si así no fuera, sus dirigentes no se expresarían con tanta seguridad y desenfado respecto a lo que hay que hacer el 22 de noviembre. Satisfechos deberían darse los K con mantener los votos que obtuvo Scioli el pasado domingo. Es más, tal como se presentan los hechos, le prendo velas a San Antonio para que la Señora no siga hablando por la cadena nacional, porque con una o dos intervenciones más como las del pasado jueves, Macri no sólo gana, sino que gana en condiciones de plebiscito, es decir por abrumadora mayoría, resultado que no me terminaría de satisfacer porque sigo creyendo que la acumulación de tanto poder no es aconsejable ni deseable para nadie. No se trata de cambiar a Macri por la Señora, se trata de salir de un régimen populista con arrebatos autoritarios para iniciar la experiencia de una república democrática.

Tal como se presentan los hechos podría postularse que el 25 de octubre de 2015 se ganaron las elecciones convocadas para el 22 de noviembre. Fue ese día cuando se dio vuelta la taba y llegó la hora de Cambiemos. ¿Tan seguro? Hasta donde se puede estar seguro en esta vida. Si los marcianos invaden el planeta y desembarcan en Quilmes o si se inicia el fin del mundo, tal vez los resultados pueden alterarse, pero si nos permitimos descartar esas posibilidades escatológicas, lo más razonable es suponer que la hora del crepúsculo, la hora de las sombras y las tinieblas se inician para el kirchnerismo.

“Se van se van y nunca volverán”, coreaban los jóvenes a los militares en retirada. Me temo que la misma consigna -no la misma situación- vale para los K. También a la Señora le ha llegado su hora de Santa Cruz o, para jugar con las asociaciones, su Santa Elena. Se van a la ínsula de Santa Cruz donde los parientes ganan elecciones con la ley de Lemas y en escrutinios dudosos, pero no se va el peronismo que se reciclará con valores republicanos y democráticos a través de nuevos liderazgos.

Una nueva era política está a punto de iniciarse, un empeño histórico donde no haya espacio para el autoritarismo, la corrupción, el enfrentamiento estéril y faccioso entre argentinos. Una nueva era en la que habrá lugar político para todos. Nada será fácil, la política no suele mantener romances con los milagros y la magia, pero más allá de los riesgos y los problemas, será un excelente punto de partida retornar a la normalidad, a la normalidad republicana y democrática, se entiende, esa normalidad que se extravió entre los delirios del poder, la codicia desenfrenada y la mesiánica pasión por la violencia.

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