Seamos justos: el kirchnerismo maduró.
Dio un gran paso al reconocer (en parte) la inflación a través de su ineficiente programa “Precios Cuidados”. Porque su imposición demuestra eso, que hay un problema con los precios de los productos que se comercializan en la Argentina y que por eso se les asigna un tope.
Sin embargo, se le olvidó un detalle: hacerse cargo. Claro, porque reconocer un hecho es fácil, pero asumir la culpa, un capítulo aparte.
La culpa la tienen los empresarios
En esta línea, si bien el Gobierno aceptó que los precios en la Argentina han aumentado a un ritmo muy acelerado en los últimos meses, no cree que sus decisiones de política económica sean las que los impulsan. Todo lo contrario, para el oficialismo los culpables son los empresarios ávidos de ganancias.
Como el programa “Precios Cuidados” parte de la premisa de que la inflación la generan únicamente las empresas, por eso se da el control sobre los precios. Pero, ¿es realmente sobre los precios que este control se ejerce?, ¿o es sobre la libertad de fijarlos que tienen los empresarios?
“Ellos buscan limitar o mantener a raya la rentabilidad y también los valores en las góndolas. Por un lado, controlan a los demonizados empresarios y por otro, alimentan la épica de lucha en pos de los asalariados. Ellos omiten las otras causas de la inflación”, detalla Nery Persichini, economista de Inversor Global.
En sintonía, José Luis Espert, economista y gran conocedor de la actualidad argentina, opinó que: “Precios Cuidados es parte de la película que le pasan a la gente para que se entretenga y no se de cuenta de la realidad. De que existió una inflación del 40% en el 2014, por ejemplo”.
Es decir, ambos economistas coinciden en que la medida “Precios Cuidados” alimenta el relato y que, en definitiva, no es una solución viable en el largo plazo ya que no ataca el verdadero problema de fondo: la política monetaria.
Persichini explica que “no pueden ‘domar’ las expectativas de la economía si no dan señales claras de moderación fiscal. Tienen al Banco Central imprimiendo a toda máquina y a la ANSES transfiriendo nuestras jubilaciones, y así todo, no alcanza para cubrir el gasto público con todos esos billetes en circulación, tarde o temprano, se traduce en inflación”.
A este primer acercamiento, se le suma el de Espert quien esgrima que “no hace falta ser muy inteligente para darse cuenta que la inflación es un problema monetario porque los precios de los productos que uno consume se miden en la moneda que emite el Banco Central argentino”.
Entonces, ¿por qué insisten con la medida?
Naturalmente, uno debería pensar que el emisor de la moneda en la cual se ponen los precios también puede ser un problema.
Sin embargo, en la Argentina “siempre se piensa en el maldito que produce ese producto, ¿por qué no pensamos que puede haber un problema en el que emite la moneda? Además, si esto no fuera poco, está probado científicamente a través de la econometría y las estadísticas, que la inflación es un fenómeno monetario”, defiende Espert.
Entonces, el Gobierno le echa la culpa a los empresarios de la inflación, cuando está comprobado que es consecuencia de la política monetaria. De todas formas, para “combatirla” lanza el programa “Precios cuidados”, que la historia también probó que es una medida poco eficaz en el largo plazo, por lo tanto, ¿puede ser que el objetivo del Gobierno sea perjudicar a las empresas a través de la imposición de un precio máximo?
Persichini destacó que la estrategia de la medida, además de poner paños fríos a cerca del 20% de los bienes de consumo, “tiene dos efectos: por un lado, redunda en un beneficio político para el Gobierno con su tono característico de épica; y por el otro, está la batalla económica con las empresas”.
Cual caza de brujas, le atribuyen exclusivamente la inflación al sector empresarial. En consecuencia, el Gobierno mantiene a raya sus precios y sus beneficios imponiendo un techo máximo.
Pero esta estrategia, en el largo plazo, esconde el germen de su propia destrucción: “desde el lado de la oferta, genera desincentivos para la producción por su tendencia a comprimir los márgenes. Esto podría agravar el cuadro que se ve de exceso de demanda sobre los bienes “cuidados”. Es decir, por el lado de la oferta y por el lado de la demanda crece el riesgo de escasez”, concluyó.
En suma, el objetivo del Gobierno, además de alimentar su discurso político, es el de perpetuar la batalla contra la industria productiva de la Argentina. Una vez más, el poder político no lleva el apunte a las experiencias traumáticas del pasado para guiar sus medidas futuras.
En el corto plazo, puede estar seguro de que la inflación en la Argentina continuará siendo un problema sin resolver, que afecte a consumidores y empresarios. La única esperanza que queda es la de confiar que en las elecciones venideras un aire renovador actualice y corrija las actuales medidas económicas. Mientras tanto, deberá contar con información certera y herramientas útiles a la hora de proyectar su propia economía.
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