Foto: Pablo Bernasconi
"Es lo perenne, lo que puede sobrevivir en el desierto. Lo que se toma su tiempo para florecer." Manuel Aducci sonríe y admite -nobleza obliga- que no fueron tan poéticas las razones que, hace 10 años, lo guiaron a él y los otros fundadores de editorial Cactus (que publica a filósofos y pensadores como Gilbert Simondon o Gilles Deleuze) a elegir el nombre del emprendimiento. "En realidad, lo del cactus vino de una canción de The Pixies", reconoce, entre risas y poniéndole rock al asunto. Aunque le encantan las asociaciones que se le ocurren recién ahora y se llevan tan bien con el mundo del pensamiento. "Porque una idea también es eso -dice-: algo lindo, pero con espinas. Algo que requiere cautela.
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Hacer circular esos artefactos -las ideas- plenos de potencialidades y riesgos; rescatar nuevos o viejos pensadores;incidir en las discusiones que marcan una época; intervenir en el debate público: de eso se trata el desafío que, con una tradición especialmente rica en la Argentina, siguen encarando las editoriales abocadas al ensayo, la no ficción, la reflexión social y política. Una aventura que, en tiempos de un mercado editorial concentrado, tiene en la diversidad su carta privilegiada. Y en la que Internet -contra todo lo que podría indicar el prejuicio- asoma como un novedoso punto a favor.
"Los sellos emergentes representan la faceta más dinámica y creativa del mercado de libros -explica José Luis de Diego, doctor en Letras, dedicado en el último tiempo a investigaciones sobre industria editorial e investigador y docente de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UNLP)-. Estas editoriales son las que están tras la publicación de nuevos autores nacionales, en el diseño de políticas de traducción, en la reedición de autores y obras valiosos que ya estaban fuera de mercado. Por eso es allí a donde deberían dirigirse los esfuerzos por consolidar proyectos culturales asociados al libro, a su producción y difusión."
De Diego explica que en los años 90 comenzó un proceso, de carácter global, de fuerte concentración de las empresas editoriales, acompañado de otro fenómeno, también planetario: "la emergencia de pequeñas y medianas empresas que vienen a llenar los «nichos» de mercado que no cubren o desestiman los grandes grupos".
Entre estos intersticios -y más allá de las colecciones dedicadas a la no ficción que mantienen los grandes sellos- están los emprendimientos que, algunos sostenidos por diversas formas del mecenazgo y otros a fuerza de un trabajoso equilibrio entre audacia editorial y sustentabilidad económica, dinamizan la producción de conocimiento y los intercambios intelectuales.
"El libro de ideas y ensayo no es negocio." La frase, con sus variantes, se escucha en boca de más de un editor. No obstante -y habrá que ver a fuerza de qué tipo de obstinación-, las ediciones ligadas a la reflexión y la investigación social tienen su lugar ganado en el universo de las publicaciones.
La Cámara Argentina del Libro, que elabora sus estadísticas exclusivamente sobre la base de las novedades editadas en papel por el llamado "sector editorial comercial" (es decir, las editoriales que distribuyen sus libros en librerías), identificó que en 2014 el 24% de los títulos publicados en el país ingresaron en las categorías de no ficción y ensayo. Un total anual de 2337 títulos que, traducidos en tiradas de ejemplares, dan alrededor de 3.057.506 volúmenes.
Ahora bien, ¿quiénes son los lectores de este tipo de publicaciones? En nuestro país, se trata de un sector de la población no necesariamente restringido al ámbito universitario -aunque, evidentemente, la academia forma parte de este universo- e interesado en temáticas ligadas a las ciencias sociales, las humanidades, la filosofía, la economía, aspectos políticos del derecho y la divulgación científica (en los últimos años, las grandes estrellas han sido los títulos vinculados con las neurociencias).
Pensadores en la Red
En el caso de las pequeñas y medianas editoriales dedicadas a la no ficción y el ensayo, las tiradas suelen ser modestas, de entre 2000 y 3000 ejemplares por novedad que se lanza al mercado. Aunque también existen casos, como el de Siglo XXI, que se ha dado el lujo de "saltar" a los números del best seller (desde el último libro de Eduardo Galeano, que llegó a los 80.000 ejemplares, hasta El poder, una bestia magnífica, compilación de textos de Michel Foucault que ya tuvo cinco ediciones, o Las neuronas de Dios, de Diego Golombek, que lleva vendidos 20.000 ejemplares).
"Me salvó haber tenido 25 años", se regocija Carlos E. Díaz, al frente del mítico sello clausurado en abril de 1976 y cuya reapertura en la Argentina se animó a encarar en 2000, con la audacia del veinteañero al que apenas le hacían mella la enormidad de los nombres y la historia plasmados en el catálogo de la editorial. "Siento una profunda admiración por la gente que hizo Siglo XXI, personas muy sofisticadas, que se abocaron a un proyecto colectivo -comenta-. Y acá hay un signo de los tiempos: ahora estoy solo. Aunque traté de replicar ese espíritu colectivo en el comité editorial."
Si se trata de pensar en signos de los tiempos, indudablemente la gran marca actual es Internet, la velocidad de lo digital y la proliferación de textos y materiales online que -de acuerdo con los pronósticos más difundidos- estarían poniendo en jaque al mundo del libro. Algo que no parece quitarle el sueño a Díaz, que además de editor es licenciado en Sociología: "Es como la fotocopia: una cultura -dice, con relax-. Y no tiene sentido pelear contra una cultura".
De hecho, la tónica que parece primar en el universo de las editoriales de ideas es la de cierta coexistencia pacífica con las alternativas digitales. Algunos sellos están incursionando en el e-book (todas las novedades de Siglo XXI están en papel y soporte electrónico). Y también están quienes, como la gente de Editorial Teseo (vinculada a Libros del Zorzal y dedicada al texto académico), decidieron olvidarse de la acumulación de stock, los depósitos y los cajones cargados de libros. "Todo va hacia los formatos híbridos", afirma Octavio Kulesz, director de la editorial. Explica que su catálogo, que incluye colecciones desarrolladas junto con instituciones como Flacso, la Universidad de San Andrés, la Biblioteca Nacional y la Universidad Abierta Interamericana, ofrece sólo libros en formato electrónico o de impresión a demanda (en este caso, los ejemplares se adquieren a través de la Web, en librerías online como Amazon, entre otras).
De Diego, que dirigió el volumen Editores y políticas editoriales en Argentina (1880-2010) (FCE), pone el acento en una paradoja de esta época: "Actualmente, los pequeños sellos, que se muestran débiles en el mercado tradicional del libro, a veces incluso con métodos artesanales, resultan mucho más activos en la exploración de las ventajas de la Red".
Efectivamente: desde la promoción a través de Twitter o Facebook hasta la creación de sitios y blogs o la intervención en los debates en las redes sociales, todo indica la existencia de un circuito informal, activo y en progresivo intercambio entre los espacios virtuales y las ideas plasmadas en papel.
Las reseñas o comentarios publicados en revistas digitales, como Otra Parte, Informe Escaleno, Panamá o Anfibia, a veces se convierten en considerables cajas de resonancia para la edición independiente. Algo que parece haber tenido muy en cuenta La Agenda, revista digital diaria, lanzada en el ámbito de los medios públicos de la ciudad de Buenos Aires, que se presenta, explícitamente, como espacio de "Ideas y cultura".
"Nuestro público valora la diversidad, la frescura y la seriedad de los textos que publicamos", asegura el escritor y periodista Hernán Iglesias Illa, responsable de este flamante sitio. Y comenta, en relación con el universo del papel: "Con los libros impresos La Agenda dialoga sobre todo mediante reseñas. Pero decidimos concentrar en reseñas de no ficción, de ensayos a libros periodísticos".
Vocación por lo público
La dispersión y accesibilidad del medio digital, su porosidad e, incluso, la puesta en cuestión de los tradicionales dispositivos de legitimación asociados con la cultura letrada entusiasman a algunos (Iglesias Illa ve en Internet "una gran conversación entre muchos actores de legitimidad variable") y suscita algún reparo en otros.
"Que cada vez haya un acceso más fácil al pensamiento es una gran noticia -comenta Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia y responsable de colecciones que incluyen, entre otras, obras de Fredric Jameson, Jacques Rancière, Walter Benjamin, Alain Badiou o los argentinos Dardo Scavino o Gabriel Giorgi-. Pero toda la información junta, al mismo tiempo, puede convertirse en ruido. En ese sentido, los catálogos de las editoriales, al igual que otras instancias como grupos de reflexión, revistas, blogs, funcionan como caminos posibles, donde las discusiones se organizan en torno de problemas diversos pero específicos."
De modo similar, Heber Ostroviesky, docente e investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento que trabajó en el área internacional del Centre National du Livre de Francia, y hoy es director editorial de Capital Intelectual (entre cuyos últimos lanzamientos está Sociofobia, del sociólogo español César Rendueles), considera que en la capacidad ordenadora de los catálogos se juega la principal ventaja de las editoriales de ideas por sobre la arrasadora presencia de Internet. "La lógica del universo digital es tenerlo todo -describe-. La Web está pensada para que llegues rápido a lo que buscás."
Pero, con operaciones radicalmente diferentes, una editorial "construye" lectores, indica Ostroviesky. Es decir: ordena series y colecciones; contextualiza; propone discusiones a través de los prólogos; establece tradiciones intelectuales; hace inteligible una identidad y determinados programas de lectura. En términos de Djament, las editoriales continúan "organizando las conversaciones" y pensando sus catálogos como "un modo de intervención en los debates locales y regionales".
Por su parte, el ensayista Alejandro Katz, director de Katz Editores, se sostiene en estudios como los realizados por el constitucionalista norteamericano Cass Sustein para señalar que "por la dinámica misma de la Red, quienes intercambian conocimientos, opiniones o información a través de ella lo hacen en comunidades de identidad y no de diferencia". En este sentido, el posible riesgo de exacerbación de ciertos "comportamientos tribales" quedaría matizado por lo que Katz denomina el "dispositivo editorial", que incluye una extensa red de mediadores: desde los autores, lectores y editores hasta los críticos, periodistas, profesores y, por supuesto, internautas: "Éste sigue siendo el dispositivo privilegiado para instalar conversaciones públicas, cuyas características son la curiosidad que produce el descubrimiento, la afinidad con un texto, pero también la contradicción con él, la interacción con otros lectores y los procesos públicos de creación de sentido; no es el objeto material el que puede contribuir a crear un «clima de época», sino ese dispositivo construido en torno del objeto", concluye el editor de, entre otros, la socióloga Eva Illouz y el filósofo y sociólogo Axel Honneth.
En relación con la fluida trama productora de cultura y ciudadanía a la que alude Katz, merece destacarse que la Argentina posee una larga tradición, casi única en América latina: la de los circuitos que, muchas veces por fuera de lo institucional y alimentados por la producción editorial tanto como por una refinada red de librerías "de nicho", grupos de estudio y otros ámbitos ligados a la cultura (cine clubes sesentistas, contracultura de los 80, actual efervescencia digital), protagonizan o "encienden la mecha" de la renovación intelectual de su época. Una de las claves de este fenómeno pareciera estar en la concepción, bastante arraigada en nuestro país, de que el libro es una herramienta eficaz a la hora de democratizar el saber experto y acercarlo a un universo de no expertos. Por eso, Ostroviesky insiste en los que, para él, son los principales desafíos de quienes se dedican a la edición de ideas (ámbito en el que incluye a las editoriales universitarias, como la emblemática Eudeba): "Se trata de desacademizar, generar una lectura más amable, que pueda circular en el ámbito de lo público y, también, enriquecer la discusión en esa esfera pública".
Aducci pone el énfasis en el rescate de autores o títulos que, frente a la velocidad del mercado y la necesidad de las ventas rápidas, quedan relegados (tensión que comparte con otras editoriales que optan por el ensayo: Tinta Limón, Caja Negra, Manantial, Biblos, Prometeo, Mar Dulce). Y cuenta que, para algunas de sus traducciones, la editorial Cactus recibió subsidios del Programa de Ayuda a la Publicación "Victoria Ocampo", de la embajada francesa. En cuanto a las actuales políticas locales para la edición, lo que prima es ese subsidio indirecto que es la exención del IVA y de Ingresos Brutos, así como las importantes compras de libros que el Estado ha venido realizando para abastecer bibliotecas y diversas instituciones escolares.
"Nunca el Estado compró tantos libros, con transparencia y diversidad -reconoce Carlos Díaz-. Pero el problema es que a este tipo de políticas hay que darles un rumbo, sostenerlas en el tiempo. Y en este momento no se sabe cómo van a seguir. Necesitamos otro tipo de intervención: por ejemplo, fomentar la lectura y la venta de libros en librerías. Y defender las décadas de construcción de una tradición editorial rica, compleja, dedicada a las humanidades. Una construcción social que hay que conservar.".
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