Enmarañada. Así entregó la economía argentina la presidenta Cristina Fernández. El desafío del nuevo gobierno será desatar un nudo generado durante media década de políticas abocadas a burlar las leyes de la economía y posponer un ajuste cuyo costo político el gobierno no estaba dispuesto a afrontar.
Al costo de una inflación de más de 25 %, un fuerte desequilibrio de las finanzas públicas y el agotamiento de las reservas internacionales, un deterioro de su balanza comercial y la escasez de bienes de consumo básico, la economía argentina siguió a flote.
La negativa de las autoridades a asumir los límites de su capacidad de gasto le llevaron a imprimir dinero en los últimos años, en ausencia de un canal de financiamiento a través de los mercados internacionales. La mala reputación de Argentina como deudor y un gobierno que no disimulaba su hostilidad hacia los mercados, impidió el acceso al crédito accesible del que se beneficiaron la mayor parte de los países emergentes. El gobierno optó entonces por emitir dinero y ese exceso de circulante hizo disparar la inflación.
En paralelo, decidió tomar el control del mercado de divisas y evitar a toda costa la importación de aquellos productos que el país pudiera producir, al tiempo que limitar la repatriación de utilidades por parte de las empresas extranjeras. La idea era contener mediante barreras los dólares que el país generaba con la exportación de productos, evitando un mayor desequilibrio en la balanza de pagos.
Cada nueva brecha que se generaba en la macroeconomía del país, era tapada por una nueva medida heterodoxa que no solucionaba el problema de fondo de los desequilibrios inestables sino emparchar los problemas. Así el nuevo gobierno deberá desarticular todo un aparato de contención cada vez más difícil de sostener y para eso deberá pagar el costo de un ajuste.
Deberá reducir el gasto público, imposible de financiar incluso con un aumento de la carga impositiva. Deberá liberar el mercado de divisas si quiere volver a competir con los socios comerciales sin los artificios del cierre de los mercados. Deberá acordar con los acreedores de Argentina aún en disputa para acceder al crédito internacional que le dé espalda para enfrentar nuevamente a las fuerzas del mercado. Deberá moderar la inflación y las aspiraciones salariales de los sindicatos. Deberá recomponer la confianza interna y externa, y volver a construir la reputación del país entre sus socios comerciales y financieros.
En definitiva, el nuevo gobierno deberá desenredar una madeja complicada y asumir el costo de un ajuste que fue creciendo en los últimos años, pasando de ser una sencilla corrección en el rumbo a un difícil y doloroso viraje de política económica.