COPIAPÓ, Chile.- El helicóptero enciende el motor. Es la primera de las siete aeronaves que descansan dentro del campamento. Ese impulsor en funcionamiento basta para que reemplace cualquier despertador. Como en las películas de acción, ese tremendo ruido otorga el empujón generalizado para que a las 4.45 de cada mañana el vivac tome vida. Los cierres de las carpas se hacen eco y cada uno de los 3000 habitantes del mundo Dakar comienza con su rutina. Ajena a las comodidades, la carpa queda allí para que los baños químicos comiencen a ser utilizados, al igual que las duchas, pequeñas cabinas con una "flor" que, desde el techo, desparrama el agua fría que provee un camión cisterna parado a su lado.
El cielo aún oscuro, repleto de estrellas que se lucen en el desierto como en ningún otro lugar en el mundo, cobija los primeros movimientos de esta ciudad nómade, que no permanece más de 24 horas en un sitio.
La carpa del comedor es el lugar de parada obligada. Para quienes desayunan, el vaso de telgopor con leche con cereales y pan. O quienes ya salen a la ruta y se llevan la vianda minuciosamente preparada para que nadie que se quede aislado en el desierto pierda proteínas e hidratación.
Así es el principio de un día Dakar. Todo listo para salir a la aventura. Los pilotos, rumbo al camino que delinea la hoja de ruta. Los equipos, carretera hacia el próximo campamento. Y la organización, médicos y prensa, aceleración rumbo al vivac siguiente. Es increíble, pero tras una hora de avión (ayer el traslado sobre la cordillera de los Andes fue con un Hércules de la Fuerza Aérea Argentina), o 6 o 7 horas de traslado terrestre, el campamento siguiente funciona tal cual el recientemente abandonado. La logística es formidable para abastecer a tanta gente en zonas inhóspitas. No faltan energía, agua ni provisiones.
La carpa de prensa trabaja de sol a sol. La diferencia horaria de los medios que representan los más de 250 periodistas produce la rotación permanente. Tal como sucede con los pilotos. Mientras algunos salen a primera hora, hay otros que en ese momento aún están llegando de la jornada anterior.
La amplitud térmica en el desierto amenaza. De los 45 grados y el sol que se refleja en la arena, a las frías noches que se apaciguan con la tradicional fogata frente a la carpa de comida. Zona de reunión para escuchar historias fantásticas, de otras épocas o del África, y las anécdotas diarias que arroja la particular competencia.
El tradicional campamento Dakar se contrastó con los vivacs argentinos, que se lucieron por los "lujos" muy valorados por la población nómade. Duchas con agua caliente, salones alfombrados para apoyar las bolsas de dormir, césped prolijamente cortado que impedía el vuelo constante de la arena y la tierra que habitualmente sacuden las carpas marcaron la diferencia. Hasta la ubicación, ya que en nuestro país los campamentos se emplazaron en plena ciudad (Salta, Tucumán, Córdoba y La Rioja, con excepción de Fiambalá). Aquella sensación de aislamiento se frenó con las detenciones argentinas. "Poco tiene que ver con un Dakar todo esto", sostenía un enviado español, que estaba en lo cierto, pero que, al igual que todos, se asombró gratamente al arribar a cada vivac criollo. Pero ya no hay más de todo ello. La Argentina quedó atrás en el Dakar 2013 y el desierto chileno recibe a la caravana.
La jornada avanza, los pilotos arriban, el atardecer invita a respirar tras un impiadoso sol. Otra vez el desfile por las duchas, los pilotos que cenan muy temprano para descansar bien y la fogata que marca el ritmo nocturno. El reloj informa el nacimiento de otro día, las carpas protegen del frío desértico y otra vez un helicóptero, a las 4.45, sacude las bolsas de dormir. Otra vez en marcha. El ritmo Dakar así lo impone..