Puebla, México.- El día de hoy el Doodle de Google decide rendir tributo recordando la que fue la obra maestra del genio de la literatura Julio Florencio Cortázar. Con la gráfica de la novela Rayuela, que marcó un antes y un después en la literatura latinoamericana por su estilo novedoso, dado que sus capítulos no presentan la linealidad clásica sino más bien una suerte de collage, Google fundió sus letras en cada baldosa y en una de ellas sobresale la figura del escritor.
El autor de Rayuela, de quien hoy se conmemora el centenario de su natalicio, cultivó desde entonces su amistad con escritores como Octavio Paz y Carlos Fuentes, demostró su admiración por Juan Rulfo y Juan José Arreola, vacacionó en las playas de Zihuatanejo y publicó su segundo libro de cuentos, Final del juego (1956), entre otros proyectos que emprendió en la capital.
Cortázar no era argentino. Nació en Bruselas un mes después del inicio de la Primera Guerra Mundial y de la invasión alemana de Bélgica. “Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia”, escribió en una carta que le envió en 1963 a su colega Graciela Maturo. Pero luego de un breve paso por Suiza y España, su familia regresó a la Argentina y se instaló en Banfield, en una casa grande con un inmenso patio, fuente de inspiración para que pueda relatar después, con una ternura inusitada, la dulce infancia.
El escritor llegó a Buenos Aires a los 5 años, donde vivió hasta los 36, cuando se radicó definitivamente en París, donde falleció a los 69 años, en 1984. Allí, en Francia, optó por la nacionalidad gala en 1981, en protesta contra la última dictadura militar argentina.
Los archivos personales de Cortázar conservados por su primera esposa, Aurora Bernárdez, se encuentran en distintos sitios. Un centro de la imagen de Galicia guarda sus fotografías, y otro cuantioso material se encuentra en Madrid y en el fondo de investigación francés Pointier, que publica online todo lo que se ha escrito sobre él.
Alfredo Barrios, maestro en Letras por la UNAM, quien dedicó a Cortázar su tesis de maestría, narra que “Julio pensaba que para cumplir con su destino era necesario salir de Argentina y en su mente sólo había dos destinos posibles: París o México.
“‘¿Por qué México?’, la respuesta es simple –le diría a su amigo Luis Gagliardi en una carta fechada el 4 de enero de 1939–, ‘porque allí ha vivido siempre una juventud llena de ideales, trabajadora y culta que apenas se encuentra en Buenos Aires. Me gustaría –continúa la carta– poder apreciar por mí mismo si todo lo que me han contado de México es cierto: desde las pirámides hasta la poesía popular’.
“En su idea romántica pensaba viajar como tripulante/marinero, cargado sólo con ‘una valija pequeña, un cuaderno y un libro de poemas’. Cabe señalar que en esta época Cortázar escribía México con J”.
Barrios añade que esa entusiasta misiva se vio ensombrecida por otra posterior, también dirigida a Gagliardi. “‘No me fui a Méjico. No hay barcos que vayan a Méjico saliendo de Buenos Aires. Es preciso partir de Chile’. Le explicaría a su amigo y probablemente estaría más triste si hubiera sabido que pasarían más de 35 años antes de que pisara tierra azteca por primera vez”, dice.
El especialista especifica que Cortázar estuvo en México en tres ocasiones: en 1975, para ser parte del Tribunal Helsinki, que se ocupaba de los juzgados de lesa humanidad contra Chile y otras dictaduras latinoamericanas; en 1980, cuando vacacionó en Zihuatanejo, y el 3 de marzo de 1983, cuando se presentó en Filosofía y Letras de la UNAM, antes unos cinco mil estudiantes.
Cuando Cortázar vino por primera vez a México en 1975, recuerda Rafael Olea, “dijo, en una entrevista con Eduardo Lizalde que, aunque no había visitado nuestro país, sentía que había estado en contacto con su cultura por medio de los textos que había escrito. Y mencionó los cuentos Axolotl y La noche boca arriba; es decir, marcó de inmediato cómo su relación había sido más libresca que vital”
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