Bolivia no puede ni debe desentenderse de esos nuevos rumbos, por lo que será necesario que antes de la inauguración de la próxima cumbre del Mercosur adopte una posición clara
Si hay algo en lo que están de acuerdo de manera unánime todos quienes desde los más diversos puntos de vista observan y analizan el nuevo escenario político inaugurado por el triunfo de Mauricio Macri en las recientes elecciones en Argentina, es en que se trata de un viraje radical cuyos efectos trascenderán las fronteras de ese país y tendrá muy profundas consecuencias en todo el continente.
El remezón que se prevé será principalmente político, pero tendrá también muy grandes efectos económicos. Y entre ellos, el más importante será sin duda el que la nueva conducción argentina imprimirá en el Mercosur.
Según todas las previsiones, no serán cambios cosméticos ni se limitarán a variar el tono discursivo hasta ahora prevaleciente en ese acuerdo comercial. Por el contrario, todo indica que será un giro cuya magnitud se hará sentir, y muy pronto, en todos los países sudamericanos.
Desde el punto de vista político, el primer efecto será sin duda la ruptura de más de 12 años de condescendencia con que el Mercosur trató a Venezuela. Macri ha anunciado que uno de sus primeros actos como presidente será pedir la aplicación de la cláusula democrática para Venezuela, lo que, aún a pesar de que la solicitud no fuera aceptada por los demás miembros, marcará el fin de una época que estuvo signada por el alineamiento de ese bloque comercial con la ola populista que tuvo en el chavismo a su máxima expresión.
Resulta muy simbólico, en ese contexto, que sea desde Argentina de donde provenga el principal impulso para el viraje que ya se avizora pues fue también ese país el que en 2005, al sumarse activamente a la ola antiimperialista y anticapitalista inaugurada por Hugo Chávez, promovió el tensionaminto de relaciones con EEUU, liquidó cualquier posibilidad de consolidación del Tratado de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y boicoteó las negociaciones que se encaminaban a un acercamiento entre la Unión Europea y Sudamérica.
En ambas circunstancias, --la del ascenso del kirchnerismo como la que marca su final— el peso específico de Argentina en el escenario económico y político sudamericano fue y será determinante. Y aunque es evidente que nada de lo que diga o proponga hacer el nuevo Gobierno argentino será factible sin la aquiescencia de Brasil, hay también suficientes motivos para suponer que hoy, como hace 12 años, son muy grandes las posibilidades de un alineamiento entre los dos países más importantes de la región.
En efecto, muchos de los factores que hicieron posible el viraje argentino están ya actuando en Brasil y, aunque no haya un cambio de Gobierno en el futuro inmediato, todo indica que ya está produciéndose un viraje similar, y por lo tanto compatible, con el que enarbola Macri. Un acercamiento simultáneo a EEUU y a la Unión Europea, una reconsideración de su posición frente a la Alianza del Pacífico, entre otros, son los giros en los que la política exterior brasileña se asemeja a la anunciada por el próximo Gobierno argentino.
Bolivia no puede ni debe desentenderse de esos nuevos rumbos, por lo que será necesario que durante las próximas semanas, antes de la inauguración de la próxima cumbre del Mercosur, en Asunción, el 21 de diciembre, adopte una posición clara.