28 de diciembre de 2015 a las 19:06 hs Actualizado a las 19:42 hs
Emir Sader
Sociólogo y filósofo brasileño, director del Laboratorio de Políticas Públicas (LPP) de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro. Master en filosofia política y doctor en Ciencia política.
Lo que mas asustó en la primera aparición pública internacional formal de Mauricio Macri como nuevo presidente de Argentina, fue su insistencia en plantear el tema de Venezuela, exactamente de la misma forma que EEUU. Fue una novedad. Nunca ningún país lo había hecho. La evaluación que hizo sobre Venezuela podría haber encontrado coincidencias con la de algunos gobiernos, pero la decisión de hacer de ese tema, en esos términos, la primera propuesta del nuevo Gobierno argentino, a sabiendas de que no tendría posibilidad de aprobación, ni siquiera contaría con apoyos, representa una postura que viene a introducir y destacar los elementos de diferencia y de conflicto en el seno del Mercosur.
La pregunta que pasaron a plantearse otros gobiernos es si el nuevo Ejecutivo argentino se propone a representar los intereses – hoy aislados y debilitados – de Estados Unidos en los procesos de integración regional y presentarse como alternativa a Brasil para EEUU en la región.
La consolidación y extensión de los procesos de integración regional – del Mercoal a Unasur, hasta Celac – han tenido su eje sólido en las excelentes relaciones de amistad, coincidencias y hermandad entre los gobiernos de Néstor y Cristina Kichrner, con los de Lula y Dilma. No habría mejor manera de debilitar esos procesos que afectar a la alianza estratégica entre los gobiernos de la región. El desempeño de la nueva ministra de Relaciones Exteriores no le ayudó para nada en su aparición pública, indigna de la importancia que la política exterior argentina había adquirido, levantando dudas sobre cómo se comportaría su Gobierno frente a temas tan trascendentales como los fondos buitre y las Islas Malvinas.
Muy lejos habían quedado los tiempos en que los países del continente – en especial las tres mayores potencias económicas, Argentina, Brasil y México – tenían que renegociar sus deudas externas con los acreedores y no contaban con la solidaridad de los otros gobiernos. Así, los acreedores jugaban con unos gobiernos en contra de los otros, haciendo concesiones a unos, cuando alguno de los otros gobiernos se encontraba con mayores dificultades, para aislarlo todavía mas.
Nos hemos acostumbrado, desde la elección de Néstor y de Lula, al período de mejores relaciones entre los dos países, envueltos en disputas desde finales del siglo XIX, como potencias adversarias y concurrentes.
En el nuevo período, inaugurado por Néstor y por Lula, las buenas relaciones políticas entre los gobernantes han permitido resolver las divergencias existentes, dejando a un lado las disputas entre empresarios de los dos países para promover, por encima de todo, la identidad y la confianza entre los dos gobiernos.
El factor externo que puede cambiar ese clima es el de las nuevas relaciones de Argentina con Estados Unidos. Macri debe viajar a EEUU y ser recibido por Obama, a quien no le será difícil alimentar la vanidad del nuevo presidente argentino encontrando formas de sugerir que tenga relaciones privilegiadas con Washington, empezando por acercamientos económicos entre ambas naciones. No serán “relaciones carnales” como las de Menem, pero algo similar, correspondiente a la situación de aislamiento de EEUU respecto a América del Sur. Tentaciones de acuerdos económicos bilaterales, condenas sistemáticas a Venezuela, que compra consensos hasta ahora existentes en el Mercosul y en Unasur, marcarían esas nuevas relaciones.
La situación no es tan simple para el nuevo Gobierno argentino, porque no es posible compatibilizar tratados de libre comercio con EEUU y el Mercosul, con quien la economía argentina tiene estrechos lazos, así como con la economía brasileña, para que permita algún tipo de ruptura radical por parte del Gobierno de Macri.
Pero también es posible imaginar que EEUU – con Obama o con algún gobierno todavía más conservador, demócrata o republicano – pueda querer tener de su parte a uno de los principales países de la región, inserto en los procesos de integración de América del Sur; un Gobierno que defienda sus posiciones, como ocurrió en Asunción. Se produciría seguramente una polarización entre Argentina y Brasil – como ya se ha dado en esa reunión – y los dos países ejes de la integración regional dejarían de ser aliados para volverse rivales. Una posibilidad que no es fácil de visualizar hoy día, pero que puede, en el futuro, y en función de cómo evolucione la situación política en la región, volverse una realidad.