EL ESPECTADOR
Lucas Biglia jamás pensó en jugar en el círculo central. Si cuando empezó a dar sus primeros pasos en el fútbol, cuando tenía edad de colegio primario, era enganche. A un centenar de kilómetros de Buenos Aires, en Mercedes más precisamente, comenzó la historia de este futbolista de la selección de Argentina. Entonces su padre, Miguel, lo ubicó como mediocampista. Y nunca abandonó el puesto. De hecho, en esa misma posición debutó en Primera División. Argentinos Juniors fue su cantera. Sí, la misma de Diego Armando Maradona y Juan Román Riquelme. Y aunque este volante bonaerense no llega la categoría de crack, tuvo una carrera destacada. A tal punto que, más allá de ser uno de los indiscutibles en Lazio, ya empezó a ser visto con buenos ojos por Real Madrid.
Claro que por ahora Biglia no piensa en la Casablanca. Ni siquiera, en Roma, su más concreta realidad. Lo que ocupa a este mediocampista, que nació el mismo año en que Maradona desparramaba ingleses, es ganar la Copa América con la selección. Y aunque en el plantel que conduce Gerardo Martino hay futbolistas de la talla de Éver Banega y Fernando Gago, El Tata se inclinó por Lucas como socio de Javier Mascherano. Tal vez porque reúne dos condiciones esenciales para el puesto del tradicional número 5: despliegue en la recuperación y precisión en la distribución. Suficiente para resultar el equilibrista de un equipo cargado de variantes ofensivas, con Lionel Messi como principal bastonero ofensivo.
“Estoy feliz en la selección”, dice Biglia, quien desde juvenil se viste de celeste y blanco. No es para menos. Después de una destacada participación en las categorías sub-17 (campeón suramericano en Bolivia 2003) y sub-20 (campeón mundial en Holanda 2005), partió muy pronto de Independiente (le había comprado su pase a Argentinos Juniors) al fútbol europeo. En Anderlecht jugó cinco temporadas, hasta que pegó el salto a Lazio. “Sentía que tenía que cambiar de liga para volver a la selección. Siempre quise jugar con la camiseta de mi país, porque mi objetivo estaba muy claro. No me servía jugar cinco partidos importantes al año, porque los mundiales los juegan los más destacados”, dice Biglia cuando le preguntan por su demorado pase a Italia. Y ahí está el Principito, apodo que recibió no por ser rubio como el personaje que pergeñó Saint-Exupéry, sino porque tenía la melena larga como Fernando Redondo cuando surgió en La Paternal. Metido en la final ante Chile, nada menos.
¿Ya no quedan rastros del esguince de rodilla que sufrió antes de la Copa?
No, para nada. Me hubiera gustado llegar mejor, pero ya está, ya pasó. Pude jugar sin problemas cada partido y estoy contento de estar en esta nueva final.
¿Cómo es jugar al lado de Mascherano?
Es un privilegio jugar al lado de un referente como él. Tiene jerarquía, te simplifica el trabajo. Trato de relevarlo, de quitar a la par. Yo estoy para sumar y para cumplir lo que me dice el técnico.
¿Y cómo llega el equipo a esta instancia decisiva?
Muy bien, logramos ser contundentes ante Paraguay, algo que nos había costado en los partidos anteriores, en los que nos hubiera gustado hacer más goles para terminar más tranquilos. Después, mi función es la presión alta, que nos demanda un despliegue grande.
¿Llegan en un momento óptimo?
Estamos metidos al ciento por ciento con la idea del entrenador. Estamos jugando muy bien, como queremos. Argentina no sabe especular y va a salir a jugar como siempre. Pero si tenemos que meter dos líneas de cuatro y salir de contra, lo vamos a hacer. Eso no nos hace menos ofensivos, sino mucho más inteligentes.
Usted jugó en la selección con Sabella y lo hace ahora con Martino. ¿Hay diferencias entre un equipo y otro?
La realidad es que somos casi los mismos jugadores. El Tata quiere mayor tenencia del balón en el campo contrario y que tengamos paciencia cuando se cierran los espacios. Alejandro pretendía que nos amalgamáramos atrás y saliéramos con potencia. Son dos grandes entrenadores.